Covadonga y Elena nos cuentan sus experiencias.
“Nos quedamos con la humanidad, con el cariño recibido, con las ganas de aprender y con la certeza de que el sueño de Don Bosco ha llegado de la misma forma a todo el mundo. Hemos sentido su presencia especialmente en la cárcel, en una cárcel de Ebolowa. Un lugar muy pequeño para cientos de personas, un lugar donde no fuimos capaces de ver maldad, en el que vimos sonrisas, en el que compartimos partidos de vóley y eucaristías.
La fe no puede faltar cuando falta todo lo demás. Hicimos como hizo Don Bosco con los muchachos de la cárcel de Turín: rezamos y jugamos, compartimos nuestro tiempo con esas personas que entran allí…
Nuestra vida allí ha sido sencilla y humilde. Nos levantábamos muy temprano, lo primero que hacíamos era ir a rezar y luego a desayunar. Dábamos clases de inglés y español. Comíamos plátanos, arroz y aguacates. Jugábamos al fútbol y al baloncesto. Quizás lo que más nos ha tocado el corazón ha sido ver con nuestros propios ojos que en la vida hay cosas que son indispensables, otras esenciales y otras sencillamente innecesarias.
Para muchas personas lo indispensable es tener cada día algo que comer y poder beber agua potable, aunque para ello haya que caminar dos kilómetros, y llevarla en la cabeza.
Hemos aprendido grandes lecciones de vida y es que siempre hay un tiempo para todo y nosotros somos los responsables de lo que hacemos con el tiempo que tenemos de vida.
Gracias a las personas que hemos conocido y con las cuales hemos compartido VIDA.
En Camerún hemos conocido un poco de la cultura de su gente y hemos comprendido el valor de vivir el momento presente. La vida se gasta, se va y solo tenemos lo que hemos vivido y por ello lo más bonito que allí hemos dejado ha sido nuestro cariño y alegría a los niños y jóvenes cameruneses de la región de Ebolowa.