Por: P. Giovanni d'Andrea, SDB
Hay poco más de 8.000 oratorios registrados en Italia, una tradición desde hace unos 450 años en Italia, desde la época de San Felipe Neri en Roma, en el siglo XVI. En estos siglos, el oratorio ha sabido adaptarse a las necesidades de los tiempos, permaneciendo siempre en el campo de la educación, así como de la formación cristiana de los jóvenes.
En el ámbito de la pobreza educativa, una de las principales actividades es el “después de la escuela”: el 83% de los oratorios implementan este servicio, que se basa en gran medida en el voluntariado, y que va desde la simple ayuda en la realización de los deberes, hasta la forma integrada que añade actividades de socialización, deportes, artes expresivas como el teatro, la danza, el canto, la música, etc... Estas últimas actividades expresivas son realizadas por el 88% de los oratorios, mientras que las actividades deportivas están presentes en el 83% de los casos.
El oratorio también ofrece a los adolescentes y jóvenes la oportunidad de ponerse al servicio de los niños, especialmente en verano con el famoso "GREST". También hay que tener en cuenta los viajes, que combinan los aspectos recreativos, culturales y ecológico-ambientales; y la participación de los jóvenes en actividades benéficas y de voluntariado.
Otro aspecto socioeducativo que realiza el oratorio es el de ser un lugar de inclusión de diferentes grupos étnicos. Es en el oratorio, así como en la escuela, donde los jóvenes inmigrantes de "segunda generación" viven procesos de inclusión y, bien guiados por adultos y educadores, pueden descubrir la riqueza que cada cultura tiene en sí misma. Esto abre también un interesante encuentro interreligioso.
Dialogando sobre los oratorios, a menudo se imaginan patios, campos de recreo... pero estas son estructuras. La esencia del oratorio son las personas, las generaciones que se encuentran, los jóvenes y sus animadores, los educadores, los padres que se comprometen cada vez más en el diálogo educativo. Es la relación donde las personas se encuentran e inician un diálogo que hace crecer a cada una de las partes: el adulto llamado a vivir como persona significativa y el menor que está invitado a asumir su responsabilidad como continuador y heredero de la herencia cultural que una comunidad educativa le confía, y de esta manera se trasmite una mentalidad que va de generación en generación.