Desde hace dos años, el pueblo ha descubierto que las arcas del Estado están vacías, que la deuda pública se ha disparado, que los bancos -punta de diamante del sistema financiero libanés- estaba en quiebra, que la moneda local se devalua convirtiendo cada día a día en papel mojado, habiendo perdido casi el 100% de su valor (de 1.500 libras libanesas por un dólar a 33.000 en estos días), con consecuencias catastróficas sobre salarios e ingresos, que los ahorros depositados en el banco están devaluados y muchas veces son inaccesibles, que la inflación es a tres cifras, que los precios van subiendo día a día de forma vertiginosa y muchas veces descontrolada... La trágica explosión del 4 de agosto de 2020 y la posterior ola de contagios del Covid-19 agravó aún más la situación, y quién puede abandona el país.
En definitiva, Líbano, de país-modelo, como el soñado y presentado por el Papa San Juan Pablo II, se ha convertido casi en un país paria, del cual es mejor mantenerse alejado y que es casi aborrecido por muchos de sus ciudadanos.
La vida normal de las personas se ve trastornada, sobre todo porque estaban acostumbradas a un estilo de vida relajado y fácil, muchas veces por encima de sus posibilidades, porque se veía favorecida por políticas de subvenciones a los productos básicos (alimentos, medicamentos, combustibles, electricidad...), así como con una política fiscal bastante blanda.
Sin embargo, ahora que el Estado ha retirado casi todos los subsidios, la mayoría de la población se ha visto repentinamente empobrecida e incapaz de satisfacer las necesidades de una vida normal, teniendo que renunciar no solo a lo superfluo, sino también a lo necesario.
¿Cómo mantener a la propia familia con salarios repentinamente devaluados y con poder adquisitivo nulo? ¿Cómo llegar al trabajo si se carece de transporte público y no existen los medios para mantener un auto? ¿Cómo vivir hoy sin electricidad, si la máquina de producción debe seguir funcionando? ¿Y cómo acceder a Internet para la educación a distancia, indispensable ante la propagación de la pandemia?
Es cierto que la presencia de cientos de miles de generadores eléctricos privados -con consecuencias desastrosas en la calidad del aire- compensa en parte la falta de electricidad pública, pero cómo hacerlos funcionar si no hay combustible o si no hay dinero para comprar o para pagar las boletas?
Si el espíritu de iniciativa de los libaneses les ha permitido superar otras crisis en el pasado, la actual es demasiado grave, porque afecta a todos los sectores de la vida pública y privada. Sin una intervención masiva y urgente de ayuda internacional, hasta ahora bloqueada por la parálisis gubernamental y la consiguiente falta de reformas, la situación seguirá empeorando. Prueba de ello es la disfunción progresiva de los servicios públicos, huelgas y manifestaciones reiteradas, con cierre de las principales arterias viales, aumento de la delincuencia, trastornos mentales en adultos y jóvenes (suicidios), fuerte emigración (por ejemplo, lo hace un 40% de los médicos y enfermeras)...
En este dramático contexto, los salesianos (cuatro religiosos -dos misioneros italianos, un sirio y un diácono boliviano), con muchos laicos que participan en la misión, (libaneses, iraquíes, sirios...) continúan trabajando con serenidad y determinación y con todos los medios a su disposición, como signo de solidaridad y participación, especialmente con los más débiles o marginados. Y son muchos, demasiados los niños y jóvenes de la clase obrera, los refugiados sirios e iraquíes, las familias necesitadas... Todos, sin distinción, son apoyados a través de la educación favorecida por becas, apoyo psicológico y material (distribución de alimentos, medicinas, artículos para la higiene y limpieza...) y de proximidad (oratorios, centros juveniles, escuelas...).
“Pedimos oraciones por este pueblo, por estos jóvenes y niños que tanto sufren”, señalan al describir la situación, los Hijos de Don Bosco en el Líbano.
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