Lillina Attanasio y Carlo De Nardi, ella del sur de Italia, él del norte, cumplieron ahora 71 años. Tenían poco más de veinte años cuando, en 1974, asistieron a un curso salesiano que preparaba a los laicos para las misiones. Se encontraron en la parte oriental de Ecuador para vivir con los indígenas Shuar. Se le pidió a Carlo que alentara la creación de una escuela profesional, mientras que a Lillina se le pidió que enseñara inglés.
“Ir a las misiones es mirar alrededor y ver con creatividad dónde nuestra presencia es más útil -explica Lillina-. A nuestra pequeña manera hemos tratado de quedarnos con estas poblaciones con la conciencia de proteger su cultura tradicional y de encontrar caminos, en lo posible, para llevar a Jesús, en un estilo de inculturación”. Y cuenta cómo la gente era invitada por turnos en la noche, como es costumbre entre esta gente, para que el jefe de familia cuente sus sueños en espera del amanecer. “Aprovechamos ese momento para introducir el discurso del cristianismo, una especie de catequesis. Les entró curiosidad".
“Se piensa que el misionero va a traer algo, en cambio hemos recibido mucho más de lo que hemos dado”, explica Lillina. “En primer lugar, el sentido de compartir. Luego el sentido de la fraternidad: el problema de uno era el problema de todos. Sobre todo, experimentamos la hospitalidad. En cada choza siempre había una cama de bambú disponible, para que cualquiera que fuera sorprendido por la lluvia y así tuviera un lugar donde refugiarse”.
“¡Cuántas veces, en cambio, nosotros los cristianos - continúa Lillina - retrocedemos! Tenemos miedo, no sabemos descubrir el rostro de Cristo en el rostro de estas personas”.
"Por supuesto, éramos muy jóvenes, incluso inexpertos en muchos aspectos, pero teníamos el entusiasmo del Concilio Vaticano II que nos llamaba a ir", dice Carlo. “Hemos tratado de responder con nuestros medios”.
Una vez que regresamos a nuestros países de origen, el estilo de compartir tenía que continuar de alguna manera. Así que los dos iniciaron un albergue para inmigrantes y personas con adicciones que a lo largo de los años ha brindado ayuda a cientos de personas necesitadas.
Como esposos, Lillina y Carlo tienen dos hijos, quienes siempre han respirado una atmósfera de iglesia doméstica. Uno de los dos es Giampiero, sacerdote salesiano, misionero en Guatemala. “Miraba las fotos de lo que habíamos vivido, escuchaba nuestras historias…”, concluye Lillina. “Una noche nos trajeron del Juzgado de Menores a un niño de la edad de mi hijo, estaba descalzo, tenía que reintegrarse de alguna manera. Le dio su calzado sin dudarlo, por iniciativa propia, sin ser visto. Pequeños gestos que ya hablaban de un corazón generoso”.