Entre los estudiantes de cuarto año, unos diez jóvenes han regresado a sus empresas que trabajan en el sector de la electrónica y contribuyen activamente al montaje y prueba de equipos para la prevención, el diagnóstico y la vigilancia del Coronavirus. Otros se dedican al montaje de ventiladores pulmonares, que son esenciales para mantener vivas a las personas infectadas con condiciones respiratorias críticas, y otros colaboran en el campo de los sensores especiales que se colocan en la ropa del personal sanitario, a fin de señalar (mediante una alarma o un mensaje) la duración de su presencia en situaciones de riesgo.
La experiencia mencionada recuerda la figura de Don Bosco, gran educador de los jóvenes, y la respuesta que supo dar a la ciudad de Turín cuando, en 1854, fue golpeada por el cólera.
Don Bosco creía profundamente en el protagonismo de los jóvenes y les confiaba responsabilidades incluso más allá de sus fuerzas; no escatimaba en gastos para su formación e investigaba las tecnologías más avanzadas de la época; los acompañaba personalmente en sus primeras experiencias laborales y se ocupaba de su inserción en el mundo del trabajo también desde el punto de vista contractual. Quería que fueran ejemplares desde el punto de vista humano, cristiano y profesional para contribuir al bien de la sociedad civil.
En 1854, cuando el cólera devastó la ciudad de Turín, no dudó en enviar a un grupo de sus jóvenes más responsables para ayudar y aliviar el sufrimiento de muchos enfermos. Les pidió que respetaran las precauciones de salud de la época, que vivieran en gracia de Dios y que tuvieran una gran fe en Nuestra Señora. Ninguno de los jóvenes se enfermó. Su coraje y generosidad despertaron la estima del pueblo y de las autoridades de la época, que agradecieron públicamente a Don Bosco y a sus muchachos la preciosa colaboración ofrecida a la ciudad.
Hoy los “nuevos jóvenes de Don Bosco” también colaboran activamente ofreciendo una preciosa contribución técnica y científica para el bien de toda la sociedad.