Esta petición se hizo al final de la Eucaristía celebrada en la Iglesia de María Auxiliadora de Savona, presidida por Mons. Marino, y concelebrada - entre otros - por el obispo emérito, Mons. Giuseppe Bini. El acto fue presidido por el P. Vittorio Lupi, con la presencia del P. Francesco Cereda, Vicario del Rector Mayor, que leyó oficialmente la carta del Rector Mayor con la que la Congregación se constituye en Actor de la Causa; por el P. Stefano Aspettati, Superior de la Circunscripción de Italia Central, y con participación de numerosos miembros de los grupos de la Obra de los Tabernáculos Vivientes.
Vera Grita, la segunda de cuatro hermanas, vivió y estudió en Savona donde obtuvo su título de maestra. A los 21 años, durante un ataque aéreo a la ciudad (1944), fue abrumada y pisoteada por la multitud que huía, con graves consecuencias para su cuerpo, que quedó marcado para siempre. Pasó desapercibida en su corta vida terrenal, enseñando en escuelas al interior de Liguria, donde se ganó la estima y el afecto de todos por su buen carácter.
En Savona, en la parroquia salesiana de María Auxiliadora, asistía a la misa y era asidua al sacramento de la Penitencia. Salesiana Cooperadora desde 1967, cumplió su llamada en la donación total de sí misma al Señor, que de manera extraordinaria se entregó a ella, en lo profundo de su corazón, con la "Voz", con la "Palabra", para comunicarle la Obra de los Tabernáculos Vivientes. Entregó todos los escritos al director espiritual, el salesiano P. Gabriello Zucconi, y guardó en el silencio de su corazón el secreto de esa llamada.
Vera Grita respondió al don de Dios dando testimonio en su vida, marcada por la fatiga y los dolores de su enfermedad, por su encuentro con el Resucitado y dedicándose con generosidad heroica a la enseñanza y a la educación de sus alumnos, apoyando las necesidades de la familia y dando testimonio de una vida de pobreza evangélica. Dio testimonio de una existencia cristiana hecha de paciencia y constancia para el bien.
Murió el 22 de diciembre de 1969, a la edad de 46 años, en una pequeña habitación de hospital donde había pasado los últimos seis meses de su vida en un ‘crescendo’ de sufrimiento aceptado y vivido en unión con Jesús Crucificado. "El alma de Vera - escribió el P. Borra, SDB, su primer biógrafo - con mensajes y cartas entra en las filas de aquellas almas carismáticas llamadas a enriquecer la Iglesia con llamas de amor a Dios y a Jesús Eucarístico para la expansión del Reino".
