“Éste fue también el momento en que desperté de una vida familiar protegida, sin una dirección clara en la vida. No mucho después de este incidente, me enteré de que los salesianos de Don Bosco en Papúa Nueva Guinea necesitaban un instructor mecánico. Contando con mi experiencia en ingeniería mecánica y tras esos dos eventos, solicité ser miembro de una organización de voluntarios suizos. Pasé tres años como voluntario en el Instituto Tecnológico Don Bosco en Port Moresby, la capital de Papúa Nueva Guinea, y pronto me di cuenta de que no bastaba compartir mis conocimientos de ingeniería y mis habilidades profesionales; eso no es suficiente, cada vez es más necesario estar con los jóvenes para acompañarlos. Mis modelos de referencia fueron muchos salesianos, las hermanas salesianas y los aspirantes con los que trabajé en la institución.
Cuando regresé a Suiza y comencé a trabajar como gerente de proyectos en una empresa de producción de metales, me sentí insatisfecho. Yo había perdido a los jóvenes. Ya no estaba interesado en hacer una carrera, buscando sólo mi beneficio y mi bienestar. De nuevo, me dirigí a los salesianos. Aunque no era católico, pedí iniciar el aspirantado salesiano. Me hice católico. El buen Dios me guió después en el camino para llegar a ser un hermano salesiano en todos los aspectos. Ya en el noviciado sentí la vocación de convertirme en un hermano laico: estar con jóvenes en el taller, en el aula, en los dormitorios... La experiencia misionera que hice me acompañó a lo largo del tiempo de formación. El deseo de ser misionero se ha intensificado tanto que en 2016 seguí la invitación del Rector Mayor Don Ángel Fernández Artime SDB para ser misionero ad vitam. Y de nuevo, el buen Dios me hace volver a PNG.
En los últimos cinco años he trabajado en el Instituto Tecnológico Don Bosco, el mismo instituto que cuando era voluntario. Las tareas principales son la formación técnica en el campo del montaje y la soldadura de máquinas. Junto con el exigente trabajo semanal como educador-pastor, también tengo el oratorio del domingo: compartir la vida con los niños y jóvenes más necesitados de las aldeas vecinas me proporciona una profunda realización misionera.
Estoy muy contento de ser laico consagrado salesiano, completamente inmerso en medio de los jóvenes, en el aula, en el taller y en el Oratorio. Después de clase, paso tiempo con estudiantes y niños. A través de este intenso estar con ellos surge una relación de confianza y amor. Los jóvenes confían en mí, se abren, les interesa mi vida religiosa. Así que tengo la oportunidad de compartir con ellos los valores cristianos de la vida, para establecer con ellos una buena relación de respeto, dignidad, amor y otros valores esenciales de la vida. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que es esencial ser abierto y humilde para escuchar el Espíritu Santo. Así es como llegué a ser salesiano coadjutor misionero”.