En el refugio de Don Bosco Fambul, Betty era un dolor de cabeza para las trabajadoras sociales y para sus compañeras porque las peleas y las discusiones eran frecuentes. De vez en cuando se escapaba y después acudía a la oficina del director cargada con culpa. Al P. Jorge Crisafulli, SDB, Betty le cuenta sus penas y sus luchas interiores y no hay más respuesta que una profunda e infinita compasión por ella “porque vive en un continuo dolor”, asegura el director de Don Bosco Fambul.
Después de su último ataque de ira en el refugio, Betty escribió una pequeña carta: “Querido padre Jorge. Te quiero mucho. Quiero que seas mi padre. Que Dios te bendiga. Perdón por lo que hice la otra noche (había peleado y quería irse del refugio). Por favor, perdóname. ¿Puedes perdonarme? ¿Sí o no?” Y firmaba como un sello, con la palma de su mano impreso en papel.
“¿Cómo no perdonarla? ¿Qué culpa tiene ella de que las circunstancias de la vida la hayan arrastrado al infierno de la prostitución? No dejo de decirle ‘no es tu culpa’, ‘eres hermosa e inteligente’, ‘Dios te ama y cuida de ti’, ‘no dejes de soñar’, ‘eres una obra maestra salida de las manos de Dios’…”, comenta Jorge Crisafulli.
En Don Bosco Fambul, saben que Betty necesita atención y cariño. Necesita saber con certeza que no es juzgada ni discriminada, que tiene que sentirse querida y amada simplemente porque es Betty. Ahí exactamente reside el milagro de su potencial transformación, como el de tantas niñas a las que los Salesianos están salvando de la prostitución desde hace dos años: en la amabilidad, la paciencia y el amor incondicional por ella.
Los Salesianos saben que la mayoría de las veces las personas empiezan a cambiar cuando se las trata con cariño y se las acepta como son.