“Con el P. Elie, que trabaja en la obra misionera en Namugongo, decidimos crear en el centro un jardín hermoso. Los muchachos ayudaron y trabajaron con abnegación. Cada uno de ellos quiso tener parte en el trabajo. Hasta el más pequeño llamado Kaukulu de 4 años tuvo su parte en el jardín. Cada día después de las clases venía corriendo y me preguntaba si no me había olvidado de regar nuestras plantitas.”
Anna ayudaba a los muchachos a estudiar. Cada día repetían la materia, resolvían los ejercicios, hacían las tareas. Unos querían estudiar, otros molestaban. Uno de los muchachos, que había estado varias veces en la cárcel para menores, hacía travesuras, robaba lápices, pegaba a sus compañeros más pequeños. Luego venía, pedía perdón y prometía que esa actitud fuese la última vez. Pero la situación volvía a repetirse. El muchacho tenía hambre de amor y de paciencia. CALM es el centro para los muchachos de la calle y es difícil “borrarles” la calle de la mentalidad de los muchachos.
Un día llegó un camión con arroz y ropa de los Estados Unidos. La alegría fue grandísima, pero para algunos fue también una oportunidad para robar. Toda la comunidad ayudaba a descargar el camión, los padres, los hermanos y los educadores. Pero lamentablemente desaparecieron siete cajas. Después de unos días, algunos muchachos reconocieron su culpa y devolvieron la ropa robada. Otros escondieron las camisetas en arbustos o en el bosque. Esperando que nadie las encontrara.
La creatividad de los muchachos no tiene límites. Una vez metieron un cerdito a la mochila para llevarla fuera del centro y venderlo. Ellos tenían la esperanza que nadie vería la mochila que salta raramente, pero… Hay también muchachos que manifiestan ‘que necesitaban tiempo y oración para volver al camino correcto’. Ahora son ejemplo para otros. Siempre amables, sonriendo, con ganas de ayudar.