Korr no es solo un lugar: es una comunidad unida por la lucha común contra la sed. Cada día las personas recorren hasta quince kilómetros para llegar al punto de agua más cercano: un viaje agotador que les quita tiempo valioso a la educación, el trabajo y la vida familiar. Las mujeres y los niños llevan la mayor carga de este esfuerzo, que compromete su salud, afecta su presente e hipoteca su futuro.
Sin ríos permanentes y con fuentes de agua que se secan rápidamente durante los períodos de sequía, la búsqueda de agua es una odisea diaria. Las familias, y con ellas las actividades agrícolas y de cría de ganado de subsistencia que practican, dependen de pozos superficiales y subterráneos, a menudo distantes y no siempre seguros. La falta de agua potable obliga a los niños a perder días de escuela y a las mujeres a realizar esfuerzos físicos enormes, agravando su vulnerabilidad.
Pero incluso en un escenario tan adverso, todavía existe la posibilidad de soñar con un futuro mejor. Sobre todo cuando no se sueña solo, sino que, poco a poco, nuevas personas llegan a corroborar ese sueño, que luego se convierte en una idea, y luego en un proyecto, y finalmente en realidad.
Este camino de aglomeración de esperanza, sueños y proyectos comenzó hace más de cincuenta años, en 1972, cuando un sacerdote italiano Fidei Donum, el Padre Redento Tignonsini, fundó en Korr una misión muy rudimentaria. Antes de su llegada, Korr era solo un arbusto con muchos árboles y animales salvajes. Los nómadas llegaban a esta zona solo durante la temporada de lluvias, cuando había disponibilidad de hierba verde para pastar el ganado.
Sin embargo, el Padre Tignonsini, al cavar pozos, se dio cuenta de que había agua disponible para la supervivencia, por lo que fue posible iniciar un asentamiento permanente. Él construyó un dispensario para tratar a los enfermos y una tienda para vender los productos esenciales para la población. Su objetivo era demostrar el amor de Cristo con actividades de desarrollo, según las necesidades de la población, respetando la cultura local.
Menos de diez años después, en 1981, los Hijos de Don Bosco tomaron el testigo, transformándola en un faro de esperanza para la comunidad local. Situada a unos seiscientos kilómetros de la capital Nairobi, la misión proporciona educación, asistencia sanitaria y apoyo alimentario a las comunidades de una de las regiones más aisladas y necesitadas de Kenia.
En medio de tantas dificultades, los salesianos siempre se han esforzado en combatir el problema de la sequía. En 2018, se cavó un pozo en uno de los pueblos, pero con el tiempo el agua resultó ser demasiado salina para su uso. A pesar de este contratiempo, la determinación de los religiosos no disminuyó, y recientemente se han cavado dos nuevos pozos con agua de mejor calidad. Uno ya ha sido completado, gracias a la solidaridad de una benefactora especial, mientras que el otro aún está pendiente de finalización.
Dado que las obras de perforación ya se han realizado, el proyecto actualmente prevé la instalación del equipo necesario para el correcto funcionamiento del pozo: bombas solares, tuberías y un depósito de veinte mil litros. De esta manera, el agua podrá fluir hacia los tanques, ser tratada y hacerse accesible a la comunidad local. Esto mejorará la calidad de vida y la salud de más de ochocientas familias.
“Imaginen a una niña que finalmente puede asistir a la escuela regularmente porque ya no tiene que pasar horas buscando agua”, afirman los salesianos de la Procura Misionera salesiana de Turín, la ONG Missioni Don Bosco, que han asumido la tarea de apoyar este proyecto.
“Juntos podemos marcar la diferencia, transformando su lucha diaria por el agua en una historia de cambio y esperanza. Construyamos juntos un futuro en el que el acceso al agua no sea más un privilegio, sino un derecho garantizado para todos”, concluyen desde la Procura Misionera.
Para obtener más información, visite el sitio: www.missionidonbosco.org