A mediados del siglo XX, empezaron a surgir grandes proyectos para explorar los recursos del interior de Brasil y, para realizarlos, había que eliminar todo lo que fuera un obstáculo. Así, los grupos indígenas más frágiles empezaron a pedir ayuda para la naturaleza amenazada por el agronegocio: los bororos de Mato Grosso perdían sus tierras, veían cómo su territorio se reducía y los bellos paisajes del centro de Brasil eran sustituidos por vastos campos de monocultivo de soja...
En este contexto, el joven Rodolfo Lunkenbein inició su viaje misionero en Meruri, una aldea indígena bororo de Mato Grosso. Encontró un grupo ya reducido y cansado de luchar, sin perspectivas de futuro, desanimado. Asumiendo las nuevas orientaciones de la Iglesia postconciliar, Rodolfo luchó por la realización del programa querido por el CIMI (Conselho Indigenista Missionário): Iglesia renovada en su labor misionera, opción por los más desfavorecidos, en su caso, los indígenas, y lucha por la tierra.
Hasta el último momento de su vida, trabajó con los bororo, preparando la tierra para las plantaciones; murió con la ropa manchada de tierra, sudor y manchada de sangre... la tierra que intentó recuperar para que los bororo pudieran vivir en paz y armonía. En el momento supremo, su amigo Simão no tuvo miedo de arriesgar su vida yendo a defenderlo; murió horas después perdonando a sus asesinos. Simão, un indígena misionero entre su pueblo, albañil y constructor de casas, que conocía el secreto de las hierbas del campo, que sabía tratarlas y con ellas curar y aliviar dolencias y enfermedades. Simão amigo de los niños; Simão que soñaba con tierras fértiles llenas de pájaros, animales, frutos y ríos limpios... Simão elegido por Dios para su momento supremo junto al Padre Rodolfo: el martirio.
Su memoria sigue viva y nos anima a ser custodios de la creación, viviendo en armonía con la naturaleza y en paz con todos.
El artículo completo está disponible en el folleto JMS 2023, en italiano, inglés, español, francés y portugués.