Pero si miramos más de cerca, podemos ver los mil colores que tenía la bondad de Artémides. En él por hombre bueno se entiende: sentido de la fe, confianza, entrega extrema, cercanía, atención concreta, buen humor, tenacidad, genio, fraternidad viva, testimonio provocador, mansedumbre incluso en las pruebas más duras... Y le llamamos un "hombre bueno" también porque supo descubrir el rostro del Señor directamente en los sufrimientos y necesidades de los enfermos, de los pobres, de los descartados de su tiempo.
Con rostro gozoso supo vislumbrar a Dios en los pobres, enfermos, jóvenes y adultos, haciendo de su vida una clara realización del reconocimiento de Jesús: "todo lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho a mí" (Mt 25, 40).
Entre nosotros, en Argentina, lo mejor que se puede decir de una persona es precisamente eso: es una mujer, un hombre, un joven “bueno”. La gente sencilla quiere reconocer con esta expresión a los que son verdaderamente coherentes, sin duplicidades, "de una sola pieza", se dice.
Se puede estar seguro de que se puede contar siempre con ellos. Los ciudadanos de Viedma habían percibido así a nuestro santo. Al verlo cantando en la mítica bicicleta, alguien dice: “Allá va un ángel”, pero otro lo corrige: “No, Zatti es un hombre de verdad, de carne y hueso”. De hecho, se decía que Artémides era ni más ni menos que "el pariente de todos los pobres". Nos recuerda al "hombre justo" o "fiel" de la Biblia.
Tuve la oportunidad de conocer a varios salesianos que habían vivido con nuestro Artémides. Entre ellos estaba el sentimiento común de que Zatti era realmente un santo salesiano... ¡porque muy normal!
Su "bondad", me dijo una vez alguien, se percibía en su voz clara, grave y potente con la que rezaba o cantaba en la Iglesia, pero también bromeaba en el refectorio o charlaba fraternalmente en el patio. Otro recordaba: “supo compartir una profunda sensibilidad de fe con la alegría natural de una broma”. Todos coincidieron en que le sentaba muy bien un apelativo familiar que aúna bondad y sencillez: “Zatti era bonachón”.
Quisiera compartir con ustedes dos hechos de esta bondad de Artémides relacionados con mi vida. La primera se remonta al tiempo de mis decisiones vocacionales, cuando en el discernimiento comencé a comprender que el Señor (y las circunstancias) me llamaban como salesiano coadjutor. Mi guía espiritual me dijo que concluyera esa etapa haciendo partícipes a mis padres de mis anhelos vocacionales. Tiempo antes les había enviado, por correo (hoy suena como del Antiguo Testamento), un par de páginas con una mención biográfica de Artémides Zatti. Me fui a casa sin saber cómo compartir mis preguntas vocacionales. Directamente le dije a mamá y papá: “Bueno, los salesianos tenemos dos formas de dedicarnos a los jóvenes, yo quisiera elegir una, como salesiano coadjutor que…” Y enseguida, casi por encima de mis palabras, añadió mi padre : "¡Como Zatti, el enfermero patagónico!". No había nada más que decir. Artémides había entrado en sus corazones allanando mi camino ante de mis explicaciones. Zatti ya los había impactado y fascinado. Para ellos fue una gran alegría que su hijo pensara en la vocación salesiana con el estilo de aquel “buen hombre”.
El segundo episodio sucedió varios años después. Mi padre estaba muy enfermo de Alzheimer, hospitalizado. Nos permitieron hacerle compañía todo el tiempo. Una noche me tocó a mí pasarla con él y fue muy duro. Parecía estar luchando por respirar y estaba en muchos problemas. Sin saber qué hacer para asistirlo, fui a su lado y comencé a hablarle al oído: "Vamos papá, olvídalo, no te fuerces así. Has hecho mucho en la vida (bueno o malo) y ya es suficiente. Mira, Zatti está aquí, tómale la mano y déjate llevar…”. A decir verdad no es que hubiera pensado en decir esas palabras, mi corazón me acaba de hablar. Recuerdo poco a poco su fatigada respiración se normalizó y creo que se quedó dormido. En un par de horas mi padre dio su último suspiro. Estoy seguro de que Artémides lo tomó de la mano y con su amplia sonrisa bajo el bigote hizo sentir a mi padre "en casa". Ese "hombre bueno" hizo otra vez "uno de los suyos".
Testimonio de Hugo Vera, salesiano coadjutor argentino