He titulado este saludo “El nombre de Dios es misericordia” con el mismo título de un libro-entrevista que le han hecho, hace pocos meses al Papa Francisco. En él, el Papa responde a múltiples preguntas en torno al Año Jubilar y todo lo que lo ha motivado, y ante la pregunta de qué es para el Papa la misericordia, éste responde que “la misericordia es la carta de identidad de nuestro Dios. Dios de misericordia, Dios misericordioso”.
Así de sencilla la expresión, así de radical y así de liberadora.
He pensado que no podría dejar pasar este año especial sin referirme a él desde nuestra realidad salesiana, porque además somos educadores y educadoras de tantos jóvenes en el mundo, somos familia salesiana y amigos del carisma que creemos firmemente en que nuestro Dios tiene una especial ternura para con sus hijas e hijas, para con los jóvenes del mundo y especialmente quienes menos oportunidades han tenido hasta el día de hoy.
Son cientos y cientos de páginas las que se han publicado en todo el mundo en relación a este tema. Mi saludo no encierra novedad alguna, pero sí una LLAMADA. Es una llamada a cada educador y educadora, a cada religioso, religiosa, para decirnos, para decirles que tenemos un gran deber: el de ser, en verdad, proclamadores, transmisores de esta buena noticia de la Misericordia de nuestro Dios. Primero a partir de una convicción que es ésta: sólo conoce realmente a Dios quien ha hecho experiencia de su Misericordia. Es decir que sólo si nos hemos sentido necesitados de su mirada bondadosa y tierna podremos transmitir a nuestros muchachos, muchas y jóvenes alguna pincelada, algún trazo de lo que creemos que es Dios para nosotros y para ellos.
No podemos hablar de la Misericordia que Dios nos regala, nos dona, como si fuésemos maestros que venimos a enseñar. Sólo podemos compartir nuestra convicción y nuestra certeza en la pobreza de fe que cada cual tenemos.
Al mismo tiempo, un corazón salesiano tiene que sentirse feliz al saber que con su manera de ser y de hacer en medio de los muchachos y muchachas está teniendo una maravillosa oportunidad de mostrar, en lo concreto, como Dios Ama a los jóvenes, también por medio de los gestos de donación, de servicio de entrega que encuentran en nosotros.
No hacen faltan muchas palabras: cuando el joven, la muchacha, el muchacho siente que a su lado hay religiosos, religiosas, educadores que dan vida y dan la vida a su servicio, el rostro misericordioso de Dios toma forma. Cuando ante un error, una equivocación, un daño, ese chico, chica, o joven no se siente condenado, castigado, apartado sino acogido y comprendido -aún diciéndole que se ha equivocado pero que es querido-, el rostro misericordioso de Dios brilla con luz propia. Cuando un joven escucha y hace experiencia de que, como sucedía con Don Bosco, les queremos felices aquí y en la eternidad, esos jóvenes pueden hacer experiencia más auténtica de cómo Dios les Ama sin condiciones.
Este año jubilar -que ojalá continúe en sus frutos en tiempo sucesivo-, es por todo esto una oportunidad para crecer en Humanidad, aún cuando no siempre parezca tan evidente que como mundo caminamos hacia la Paz. Hemos de seguir creyendo que nuestro Dios acompaña nuestra historia, por más que a veces, en nuestra libertad, los humanos hagamos cosas en las que pareciera que en vez de un paso hacia adelante, damos dos hacia atrás.
A pesar de todo ello, mis amigos y amigas, dejemos que nuestros corazones se sientan tocados por este Dios cuyo nombre es MISERICORDIA.