Cuando decimos Rosario abandonamos la dimensión del tiempo cronológico para entrar en un viaje misterioso y sin tiempo. Es el recorrido e quien vive aquellos momentos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos del misterio de Jesús, en compañía de María, que camina con nosotros, ahora, mientras caminaba antes con Él.
Porque el Rosario no es una oración mariana en el sentido de una oración «a» maría. Se bien la mayor parte de las palabras están dirigidas a Ella, la bendita entre todas las mujeres, esas están orientadas al misterio que meditamos, a los misterios que Ella una vez vivió, los misterios de nuestra salvación, que no tienen tiempo.
María reza el Rosario? En otro tiempo me hubiera reído de esta pregunta, por ser demasiada piadosa y menos teológica. Durante mis años pasados en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario en Port Chester, y todavía, en la innumerables visitas a capillas, iglesias, santuarios y basílicas marianas de la región Iberoamericana, me quedo admirado por las expresiones de religiosidad popular, como aquella de colocar rosarios en las manos de María.
No se puede escapar al amor palpable de los pueblos latinoamericanos por María. n una multitud de títulos y apariciones, Ella es verdaderamente «la Madrecita», «la Morenita», «la Virgen». Y nadie tiene vergüenza de manifestar con entusiasmo su devoción: procesiones, santuarios, tatuajes de la Guadalupana, medallas, joyas… Y las estatuas de María con muchos rosarios en sus manos, y tantas otras manifestaciones populares. Y yo que pensaba «Qué anacronismo!».
Pero después me dije, «Espera un momento!» Aquí hay algo más profundo. No significa que María se reza a sí misma. Sino que Ella está dando el ejemplo, está invitando a adherirse a Ella para recordar aquellos momentos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de la vida de su Hijo, nuestro Salvador: para tenerlos presente; para imaginarlos y contemplarlos en la vivencia diaria, en compañía, obviamente, de María.
Como Ella ayudó a Jesús a ser un ser humano, así ahora nos ayuda a ser cristianos. Los misterios del nacimiento de Cristo, de la vida, de la muerte y de la resurrección no están perdidos en el pasado, hace 2000 años. Se actualizan en los momentos simples de nuestra historia: eso significa entrar y vivir el misterio hoy y ahora.