Por: Jorge E. Traslosheros
Dirigía aquella escuela un salesiano llamado Carlos Armando Morales, a quien debo mi primer y más importante entrenamiento con jóvenes. Además de ser un excelente sacerdote, era un gran formador de educadores. Su método era muy sencillo. Se mantenía en amistosa cercanía, siempre dispuesto al diálogo. Así, cada día, casi sin darme cuenta, entre bromas y pláticas, fui asimilando pequeñas lecciones nacidas de su ejemplo. Presencia, amistad y acompañamiento, en equilibrio con la exigencia al cumplimiento del deber.
Don Bosco, fundador de los salesianos, desarrolló un método educativo al cual llamó “preventivo”. Su principio activo es la presencia constante del educador entre los educandos. Su lógica radica en anticiparse a los problemas por lo que acompañar, dialogar, aconsejar y orientar son parte sustantiva de su propuesta. Es un método que apela a la razón, al corazón y al reconocimiento de la dignidad de cada persona en la dinámica del Evangelio. Difiere radicalmente del permisivismo sentimentalón; del amiguismo bonachón que mina la autoridad el educador; del individualismo competitivo orientado a la eficacia; así como de las técnicas disciplinarias basados en la represión. Bastan pocas reglas, mucha presencia y acompañamiento oportuno.
He tratado de aplicar el método preventivo en los más diversos medios. Así en instituciones religiosas y laicas, como entre creyentes de diversas religiones, agnósticos o ateos y nunca he quedado defraudado.
En aquellos lugares donde entro a trabajar, tarde o temprano me endilgan algún cargo de tipo directivo. En cualquier situación he buscado aplicar el método preventivo. Porque está basado en la presencia, la razón y el respeto, resulta muy amable con la identidad de cada persona.
El único problema con el método preventivo es que puede resultar agotador y más cuando la vocación flaquea, lo que no es raro en este oficio. A veces nos falla la prudencia, la impaciencia nos juega bromas pesadas y el desaliento amenaza con asfixiarnos en la rutina. En mi caso, suelo combatir los momentos de debilidad con la oración.
Fuente: La Razón