Fue precisamente la fe la que le hizo sensible a las necesidades materiales y espirituales, porque quien sigue a Jesús no se aleja de la vida concreta ni teoriza sobre la solidaridad, sino que al contrario se vuelve más humano.
Así estuvo en todas partes: primero en el altar en diálogo profundo con Dios, luego en los tugurios de los pobres en las afueras de la ciudad, en las casas de los ricos para pedir ayuda económica para sus muchas obras caritativas, en el escenario del mitin como secretario del Partido Popular pidiendo leyes justas para todos, empezando por los excluidos, en su oficina como buscado confesor y director de vida espiritual, en el patio parroquial para jugar con los pequeños, en las escuelas de la ciudad para hablar de la alegría del Evangelio, al lado del lecho de los moribundos, frente a la puerta de la administración municipal para pedir ayuda para todos los necesitados...
Su físico delgado y enjuto parecía un concentrado de energía cuando se trataba de defender los derechos de Dios y de los pobres. Fuerte como un león, pero tierno como un padre para todos los excluidos, Don Canelli no se detuvo junto a la ventana para mirar la dura existencia de los pobres, sino que hizo todo lo posible por ellos en todos los sentidos, y con la audacia de la caridad cristiana. inventó formas de cercanía y solidaridad.
En octubre de 1919 se anunció un impuesto extraordinario sobre el vino depositado en las bodegas. Hubo otra revuelta popular: el hambre, la pobreza tensaron como hilos los nervios de los pobres. Don Canelli envió en seguida un telegrama al Ministro de Agricultura, del Interior, y de Cultos, solicitando la reducción de impuestos y la facilitación de la venta de vino, y un segundo telegrama al parlamentario Mucci, un socialista local convencido -que también se fue a Roma para defender la causa de los enólogos- señalando que a pesar de las diferencias ideológicas, era posible convertirse en un "nosotros" por el bien común.
También: en el trienio 1910-1912 en San Severo estalló una epidemia de cólera, que agravó las ya precarias condiciones de vida de casi toda la población. La ciudad estaba a merced de sí misma: sin pan y ni asistencia médica. Don Canelli, asistido por Graziana Russi y Luisa Lacci, se interesó por los pobres enfermos, primero con modestos medios económicos propios, luego ayudado por familias adineradas y por la Municipalidad, creando un movimiento circular de humanidad, fe y solidaridad.
Y junto a las medicinas iba un plato de pasta, aderezado con una sonrisa y esperanza; llevaba a los enfermos la cercanía, la ternura y la compasión de Dios.