El primero de mayo partimos rumbo al interior profundo de nuestra provincia, a la costa de gorro frigio. Por esos caminos de tierra en donde la polvareda anuncia la llegada de la visita. Salían al encuentro estos hermanos de la meseta, nosotros perdidos entre los montes y las huellas, ellos ya nos veían desde leguas. En la cocina a leña, se calentaba el agua para iniciar la mateada.
Amanecía un nuevo día, a unos 460 kilómetros desde nuestro punto de partida, con corazón solidario y sentido profundo de fraternidad, con esos hermanos paisanos que siempre esperan una visita. El sol va vistiendo el paisaje, el viento va acariciando lo que encuentra a su paso, el silencio es telón de fondo para el valar de los chivos y el relincho de algún caballo. Las gallinas se van arrimado al patio, como pidiendo su ración.
Es el momento de aclarar lo que está viviendo el mundo, no es bueno para ellos que compartan la bombilla del mate. Entre el asombro y la duda, no tardan en encontrar la salida. Dos mates, uno para la familia el otro para la visita. Se percibe en el ambiente el rico perfume al pan casero. Sí recién salidos del horno, se ofrece y comparte el pan. Gesto cargado de sentido, para todo peregrino creyente. En ese gesto de partir el pan, los amigos de Jesús lo reconocían. También a la presencia de Dios, nos acercó esa ventana que abrimos esa mañana. Para ellos una alegría nuestra visita y compartir por un rato en el marco de esa sencillez tan cargada de vida, nos enriquece el corazón. Es poco el tiempo, pero tratamos de visitar a casi todos.
En plena cuarentena, sentimos el llamado, el deseo de llegar hasta este rincón que visitamos durante las misiones de verano. Dispuestos acortar distancias, y compartir algo de lo que la comunidad ofreció para llevarlos. Que, descubriendo la luz del Resucitado, la fuerza del amor que es entrega y servicio sigamos abriendo y descubriendo ventanas que nos traen aire fresco de fraternidad, amor a la vida y de cuidado de la casa común.
Por: Leo y Martín