El 28º Capítulo General, como el Primer Concilio Vaticano, será recordado como un Capítulo interrumpido. No por las tropas italianas que entraron en Roma, sino por un virus invisible y agresivo que se propagó tan rápidamente por el mundo que lo detuvo todo.
Empezamos con gran entusiasmo el sábado 16 de febrero y teníamos que terminar, según el programa, el sábado 4 de abril. En su lugar tuvimos que suspender este hermoso momento de gracia el sábado 14 de marzo, exactamente después de 4 semanas de trabajo. Tuvimos tiempo de estudiar el informe del Rector Mayor sobre el estado de la Congregación, de vivir algunos momentos de espiritualidad inicial y de trabajar en el primer y segundo núcleo del tema del Capítulo. Terminamos con la elección del nuevo Consejo General para el período de seis años 2020-2026.
Hemos regresado a casa a goteras y un poco a hurtadillas como el ejército israelí después de la muerte de Absalón (cf. 2 Sam 19:4) - en verdad algunos no lo han hecho todavía, porque todavía están atascados en Valdocco - sin un Documento final que pueda servir como un mapa compartido para los próximos seis años. Sólo se presentó a la asamblea el primer borrador del primer núcleo, que fue aceptado sustancialmente en su conjunto, y se realizó el trabajo de las comisiones sobre el segundo núcleo. Los miembros de la CG 28, dadas las circunstancias, confiaron al Consejo General, mediante una votación oficial, la tarea de reelaborar lo producido.
Esperando lo que nos dirán y darán nuestros superiores, ¿qué nos queda de esta experiencia? Tal vez sólo una cosa, el Mensaje al CG 28. Creo que este texto es una preciosa carta de navegación, porque es un pequeño programa para nuestra renovación carismática. Leyéndolo y meditándolo hemos comprendido que el Santo Padre no sólo nos ama, sino que también quiere nuestro bien y tiene a nuestra Congregación en el corazón. Todos han comprendido que lo que nos ha escrito no es sólo un discurso de circunstancias, sino que es la palabra de un padre que sale del corazón y que pide a todos que vuelvan a empezar desde Don Bosco, invitándonos a realizar lo que él ha llamado repetidamente “Opción Valdocco”.
Por esta razón he creído oportuno ofrecer un breve comentario pedagógico-pastoral sobre el Mensaje al CG 28, que debemos considerar ante todo como un regalo de un amigo. La intención de lo que sigue es, por tanto, una invitación a no olvidar las palabras que el Sucesor de Pedro dirigió a nuestra Congregación.
Una nota técnica para leer. El siguiente texto es deliberadamente “meditativo”. Se han evitado las referencias a otros documentos salesianos y eclesiales - las numerosas citas que se encontrarán entre comillas « » se refieren única y exclusivamente al Mensaje al CG 28 - para ofrecer una sencilla reflexión fraterna que ayude a cada Salesiano, a las comunidades religiosas y a las comunidades educativo pastorales a hacer suya la riqueza de las palabras que el Santo Padre nos ha dado. En vista de este objetivo, al final de cada punto se proponen algunas preguntas para la profundización personal o comunitaria.
Francisco nos invita a volver a los pasos de Don Bosco
El mensaje enviado por Francisco al CG 28 viene de su corazón de pastor. Es evidente, leyéndolo todo de una sola vez, que no tiene nada de formal o frío, pero todo huele a esa familiaridad típica del carisma salesiano. No hay nada genérico, pero todo está calibrado a nuestro carisma. Si lo comparamos con otros mensajes escritos a diferentes Congregaciones e institutos religiosos en las circunstancias de sus Capítulos Generales, vemos que aquí se trata de un mensaje personal, pensado y deseado para nosotros en este momento de la historia. Sabemos que muchas veces Francisco entrega un texto escrito oficial y luego habla desde el corazón. No sabemos cómo sería la reunión prevista para la tarde del viernes 6 de marzo, donde el Santo Padre había planeado estar entre nosotros en Turín, en un gesto de exquisita delicadeza, atención y cercanía. Imagino que habría leído y comentado el mensaje preparado con alguna breve digresión. Probablemente, no habría dicho mucho más, porque en este Mensaje al CG 28 expresa plenamente su estilo pastoral: su preocupación por los jóvenes, especialmente por los más pobres; su tensión para que los religiosos vuelvan a ser profetas de la Iglesia y del mundo; su especial amistad con los hijos de Don Bosco.
Me gusta pensar que este mensaje ya se ha materializado en el Sínodo sobre los jóvenes: desde octubre de 2016, cuando se hizo público el tema del Sínodo (“Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”), hasta el 25 de marzo de 2019 (cuando se firmó la Exhortación Apostólica post-sinodal Christus vivit), la Iglesia universal trató de tomar en serio el mundo de la juventud a la luz del Evangelio y de los tiempos cambiantes en los que estamos inmersos. Fue un “Sínodo Salesiano”, porque toda la Iglesia se preocupaba por lo que más nos importa: ¡los jóvenes!
Si comenzamos ahora a echar un vistazo a los cinco puntos del Mensaje al CG 28, podemos decir que la razón fundamental que lo atraviesa es la invitación a la Congregación a hacer una verdadera “Opción Valdocco”. Inmediatamente me viene a la mente que este es el tema dominante de todo el texto, declinado de varias maneras. Ciertamente el Papa se inspira en el hecho de que el CG 28 tiene lugar en Valdocco, “casa madre” de la Congregación y lugar de gestación del carisma. Es precisamente un lugar maternal, donde el espíritu Salesiano tomó forma. Pero no se trata sólo de recuerdos románticos o de una elección de conveniencia: estar en Valdocco para Francisco se convierte en un deseo, el de volver a la fuente del carisma. Sabemos que si queremos aprovechar la pureza del agua tenemos que volver a la fuente, donde el agua fluye de la roca cristalina. En Valdocco, simbólicamente, ¡exactamente esto sucede! Volvemos a la fuente, donde se encuentra la plenitud y la pureza del carisma. “Opción Valdocco” significa ante todo esto.
Valdocco es, por lo tanto, para todos nosotros, hijos de Don Bosco, un regalo y un desafío. No sabemos cómo habría terminado el CG 28 sin la emergencia del Coronavirus que no nos permitió completarlo, pero sí sabemos cómo fueron las cuatro semanas que vivimos juntos en la casa de Don Bosco: apreciamos la calidad litúrgica y familiar de las solemnes celebraciones que tuvieron lugar en la Basílica de María Auxiliadora; vivimos la oración diaria en las diferentes salas construidas y frecuentadas por Don Bosco; rezamos diariamente delante de nuestro amado Padre, pidiéndole fidelidad creativa al carisma. Todo en Valdocco habla de la santidad salesiana y el hecho de estar inmersos en todo esto nos hizo bien. Todos los capitulares sintieron que vivir el Capítulo General en Valdocco fue una gracia muy especial.
Sin embargo, “Opción Valdocco” no es sólo la contemplación de una historia pasada, sino la fuerza para afrontar el presente de la vida del mundo, de la Iglesia y de la Congregación. Significa tratar de entender cómo concretar hoy ese estilo de acción que ha caracterizado a Don Bosco desde abajo y que encontró su primera y paradigmática realización en Valdocco. Nadie ha llegado a Valdocco para volver al pasado, pero todos lo han hecho con la intención de buscar las inspiraciones adecuadas para vivir plenamente los desafíos de hoy y preparar el futuro del carisma, convencidos de que nuestra época no es ni mejor ni peor que la vivida por Don Bosco, sino que es simplemente diferente. Por lo tanto, la invitación a hacer nuestra la “Opción Valdocco” significa el encuentro con Don Bosco para tener una iluminación sobre cómo vivir el carisma hoy: tomar de nuestro santo fundador los principios fundamentales, su propio estilo, intuiciones singulares, dinámicas sustanciales. Pero en nuestro contexto.
Concretamente el Mensaje al CG 28 consta de cinco puntos en los que Francisco nos invita a «permanecer en fidelidad creativa a vuestra identidad salesiana». Si los miramos de forma global, podemos vislumbrar un esquema muy interesante, que se centra en el tema de la presencia y que vive de una continua y natural referencia cruzada entre la pedagogía y la pastoral:
A. Reavivar el regalo que habéis recibido
B. La “opción Valdocco” y el don de los jóvenes
C. La “opción Valdocco” y el carisma de la presencia
B1. La “opción Valdocco” en la pluralidad de las lenguas
A1. La “opción Valdocco” y la capacidad de soñar
Intentemos analizar punto por punto, tratando de comprender cuáles son los puntos neurálgicos que son tocados por el Papa Francisco. Podríamos decir que son las cinco palancas de la renovación. Se basan en dos fuentes principales: por un lado, el viaje sinodal y, por otro, la “Instrumento de trabajo” del CG 28. El fructífero encuentro de estas dos fuentes generó los cinco puntos del Mensaje al CG 28.
El discernimiento, la raíz de la renovación pastoral
El primer punto del Mensaje al CG 28 invita a los Salesianos a revivir el don que han recibido. Cada carisma no es algo muerto que deba guardarse en un cementerio, sino un fuego vivo que debe ser continuamente avivado para que pueda iluminar y calentar. Francisco afirma que «vivir fielmente el carisma es algo más rico y estimulante que el simple abandono, reconstrucción o readaptación de casas o actividades; implica un cambio de mentalidad frente a la misión a cumplir». Ninguno de nosotros debe simplemente rehacer lo que Don Bosco hizo, casi de forma literal y pasiva. Esto sería seguir una lógica de “fidelidad repetitiva”, típica de las fotocopiadoras; diferente en cambio es la “fidelidad creativa” del Espíritu Santo, que es ante todo Él que hace continuamente nuevas todas las cosas. Este último evita siempre dos extremos -«no adaptarse a la cultura de la moda, ni refugiarse en un pasado heroico pero ya desencarnado»- y entra en el ritmo del discernimiento, que sólo puede ayudarnos a reavivar el don carismático que hemos recibido (cf. 2 Tm 1,6-7).
Estamos llamados a hacer nuestro el espíritu de Don Bosco para reinterpretarlo en el contexto renovado en el que vivimos y trabajamos. Desde este punto de vista, es necesario saber distinguir adecuadamente entre la “misión de la Iglesia”, que es siempre la misma para todas las edades y para todos los territorios, y la “pastoral de la Iglesia”, que es siempre diferente en cada época y en la diversidad de los contextos. La misión de Don Bosco es ciertamente nuestra misión - “ser signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes”, se podría decir en forma resumida - pero la pastoral depende de muchos factores que hoy en día están en continuo y repentino cambio. Por eso Francisco comienza este primer punto diciendo que «pensar en la figura del Salesiano para los jóvenes de hoy implica aceptar que estamos inmersos en un momento de cambio, con toda la incertidumbre que esto genera. Nadie puede decir con certeza y precisión (si es que alguna vez se hizo) lo que sucederá en el futuro próximo en el plano social, económico, educativo y cultural».
Aquí es donde entra en juego el arte del discernimiento, enraizado en «una doble docilidad: docilidad a los jóvenes y a sus necesidades y docilidad al Espíritu y a todo lo que Él quiere transformar». Como Congregación estamos llamados a aprender cuanto antes y de la mejor manera posible a discernir, no a convertirnos en jesuitas - se sabe de hecho que esta sensibilidad específica fue llevada a la Iglesia por los mismos hijos de San Ignacio de Loyola y que Francisco ha afirmado repetidamente que en este momento de “cambio de época” el don del discernimiento es algo que debe convertirse en patrimonio de todos los componentes de la sociedad y de la Iglesia - sino a ser Salesianos capaces de mirar profundamente los cambios que se están produciendo: El discernimiento, en primer lugar, nos invita a «cultivar una actitud contemplativa, capaz de identificar y discernir los puntos focales. Esto nos ayudará a entrar en el camino con el espíritu y la contribución de los hijos de Don Bosco y, como él, a desarrollar una “revolución cultural válida” (Laudato si', n. 114). Esta actitud contemplativa le permitirá superar e ir más allá de sus propias expectativas y programas».
El discernimiento viene de la contemplación. ¿Por qué? Porque es esa mirada espiritual, es decir, animada por el Espíritu Santo, la que nos ayuda a reconocer la presencia y la acción de Dios en la historia humana. Es una mirada que parte de la realidad y encuentra allí la acción del Espíritu en los pliegues y heridas de la humanidad. ¿Cuáles son los llamados que nos llegan de Dios a partir de la realidad de la juventud de hoy? ¿Qué nos pide Dios a través de la voz de los jóvenes, especialmente los más pobres? ¿Cómo estamos respondiendo a los desafíos que nos llegan de nuestro tiempo? Estas son las preguntas iniciales que pueden iniciar un auténtico discernimiento, que siempre parte de esa capacidad de reconocer lo que sucede en la historia a través de los ojos del Padre, con los sentimientos del Hijo y la luz que viene del Espíritu. El discernimiento no se detiene en la contemplación, sino que conduce a la acción, porque se trata de identificar las elecciones precisas y concretas que deben hacerse para el bien de los jóvenes.
Con razón, partiendo de esta actitud de discernimiento, «ni pesimista ni optimista, el Salesiano del siglo XXI es un hombre lleno de esperanza porque sabe que su centro está en el Señor, capaz de hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5)». El discernimiento se centra en Jesús, Señor del tiempo y de la historia, presente en la vida de los jóvenes y raíz de todo cambio: «Esta actitud de esperanza es capaz de establecer e inaugurar procesos educativos alternativos a la cultura imperante». Por eso, Francisco nos exhorta, «ni triunfalistas ni alarmista, hombres y mujeres alegres y esperanzados, no automatizados sino artesanos; capaces de “mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, de testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social” (Christus vivit, n. 36)».
A partir de este primer punto introductorio, se despliega el contenido fundamental del camino que estamos invitados a recorrer juntos en los siguientes cuatro puntos. Porque después de todo, debemos reconocer que «la “opción Valdocco” de su 28º Capítulo General es una buena oportunidad para confrontar las fuentes y preguntar al Señor: “Da mihi animas, coetera tolle”».
¿De qué manera, como Salesianos individuales, como comunidad religiosa y como comunidad educativa pastoral, estamos poniendo en marcha auténticos procesos de discernimiento, capaces de generar procesos alternativos para salir del círculo vicioso del “siempre ha sido así”?
El coraje de sumergirse en la realidad y la pedagogía de la confianza
El segundo punto del Mensaje al CG 28 es exquisitamente pedagógico: La Opción Valdocco y el don de los jóvenes. Francisco muestra aquí que es un auténtico conocedor de nuestro carisma y su íntimo secreto. Podríamos resumirlo en dos palabras: coraje y confianza.
En primer lugar, el valor de ir a la realidad. Retomando el acontecimiento histórico que dio origen al carisma salesiano, Francisco afirma con gran delicadeza en una nota muy preciosa contenida en su Mensaje al CG 28: «Gracias a la ayuda del sabio Cafasso, Don Bosco descubrió quién era a los ojos de los jóvenes prisioneros; y esos jóvenes prisioneros descubrieron una nueva cara en la mirada de Don Bosco. Así, juntos, descubrieron el sueño de Dios, que necesita de estos encuentros para manifestarse. Don Bosco no descubrió su misión frente a un espejo, sino en el dolor de ver a jóvenes que no tenían futuro. El Salesiano del siglo XXI no descubrirá su propia identidad si no es capaz de sufrir con “la cantidad de muchachos sanos y robustos de ingenio, que estaban en prisión atormentados y completamente desprovistos de alimento espiritual y material... En ellos estaba representado el oprobio de la patria, el deshonor de la familia” (cf. Memorias del Oratorio); y podríamos añadir: de nuestra propia Iglesia».
Don Bosco no sólo se enfrentó a la realidad, de pie frente a ella. Se sumergió completamente en la realidad, se ensució las manos con la realidad. Si lo pensamos bien, es la lógica de la encarnación, signo de la pedagogía divina, que es ante todo una elección de participación total en la vida de los hombres. Es la ruptura de cada “distancia de seguridad”, de cada “muro de separación”. Y al hacerlo, sabemos que entramos en una zona de riesgo, de tensión, de miedo. En estos meses de pandemia lo sabemos muy bien: las personas que se acercan a los infectados corren el riesgo de ser infectados a su vez. Sabemos cuántas enfermeras, doctores, sacerdotes y religiosos han perdido sus vidas en esta proximidad del servicio. La proximidad siempre es arriesgada y se necesita un gran valor y un gran amor para estar cerca de los jóvenes, especialmente de los más pobres. Compartir su incertidumbre, entrar en el mundo de su fragilidad, ser descartado con ellos.
Pero esto lo hizo Don Bosco, con gran coraje y poniendo en riesgo su “carrera eclesiástica”. No tuvo miedo de entrar en el mundo de los jóvenes: «El Oratorio Salesiano y todo lo que surgió de él, como nos cuentan las Memorias del Oratorio, nació como respuesta a la vida de los jóvenes con un rostro y una historia, que pusieron en marcha a ese joven sacerdote incapaz de permanecer neutral o inmóvil ante lo que estaba sucediendo». Don Bosco, como Jesús, no permaneció ni indiferente ni inmóvil, sino que con un acto de respuesta a las llamadas del Señor, entró en un «acto de conversión permanente», que implicó y complicó «toda su vida y la de los que le rodean».
Sabemos que existen pastorales de la distancia y de la disciplina, pastorales farisaicas que miran a los jóvenes de arriba a abajo. Pastorales que piensan en los jóvenes como simples y pasivos receptores de una propuesta pastoral concebida y planificada por adultos sin ellos. La pastoral salesiana no es así, porque nace de una opción pedagógica muy precisa, que podemos llamar sin error la pedagogía de la confianza. Parte de una premisa muy clara: de la convicción de que en todo joven habita la gracia, que incluso en el que consideramos más desafortunado hay dones y talentos que todo educador está llamado a ver y valorar.
Así llegamos al gran tema de la confianza, es decir, la certeza de que los jóvenes, antes de ser heridos por el pecado y los acontecimientos negativos de la vida, son hijos de un Dios que siempre los ha amado y los ha llenado siempre de su amor y sus dones. Esto es lo que Don Bosco aprendió de San Francisco de Sales, el que más que otros en la Iglesia ha reconocido la presencia del amor de Dios en todo, incluso en la piedra de desecho. Así como Jesús descartado por los constructores se convirtió en una piedra angular, la juventud descartada se convirtió en la piedra angular de la naciente Congregación Salesiana. Así como el Padre rehabilitó a Jesús a través de la Resurrección, así Don Bosco hizo protagonistas a los jóvenes a través de su misión educativa, que tiene como objetivo sobre todo rehabilitar a los jóvenes y hacerlos auténticos sujetos de la misión.
Esta es también nuestra historia, no sólo la de los jóvenes, y es precisamente en este sentido que Francisco afirma que los jóvenes, «a su vez, han ayudado a la Iglesia a reencontrarse con su misión». Esto es precisamente así y hay que reafirmarlo con mucha fuerza, porque aquí reside la fuerza profética del carisma de Don Bosco: «Lejos de ser agentes pasivos o espectadores de la obra misionera, se convirtieron, a partir de su propia condición -en muchos casos “religiosos analfabetos” y “analfabetos sociales”- en los principales protagonistas de todo el proceso de fundación. La Salesianidad nació precisamente de este encuentro capaz de suscitar profecías y visiones: acoger, integrar y hacer crecer las mejores cualidades como un don para los demás, especialmente para los marginados y abandonados de los que no se espera nada». ¡No podemos olvidar que los jóvenes son los cofundadores de la Congregación Salesiana!
Del coraje de ir a la realidad y de la poderosa pedagogía de la confianza nace esa capacidad de convocar a involucrar a cada joven y adulto para compartir sus talentos, a la corresponsabilidad para crear un ambiente en el que todos se sientan sujetos de la misión, para generar una forma de Iglesia en la que se prohíba toda forma de “clericalismo”: en toda nuestra obra «el Salesiano será experto en convocar y generar este tipo de dinámicas sin sentirse el maestro». Y, añade el Papa Francisco, «encontrar en lo más mínimo la fecundidad típica del Reino de Dios» no es «una elección estratégica, sino carismática».
¿Qué riesgos corremos hoy en día por el bien de los jóvenes? ¿Realmente confiamos en ellos? ¿Tenemos el coraje de involucrarlos en nuestra misión educativa pastoral?
Misión, corazón de la vocación y alma de la formación
La “opción Valdocco” y el carisma de la presencia. Este es el título del tercer punto del Mensaje al CG 28. Hemos llegado, en mi humilde opinión, al corazón pedagógico y pastoral de lo que quiere comunicarnos. El tema fundamental del CG 28, lo sabemos, es el perfil del Salesiano: ¿Qué Salesiano para los jóvenes de hoy? Y en este punto central entramos con fuerza en este tema, centrándonos en la relación entre vocación, formación y misión. En el “Instrumento de trabajo” del CG 28 -que ciertamente Francisco tenía en sus manos y que resume las aportaciones de los Capítulos inspectoriales sobre el tema capitular- se planteó en varios puntos la cuestión del vínculo estratégico entre formación y misión, afirmando la necesaria unidad y denunciando a veces la dificultad de vincular estas dos realidades demasiadas veces no conectadas adecuadamente.
Por otra parte, el Sínodo sobre la juventud ha subrayado varias veces el íntimo vínculo entre la vocación y la misión, afirmando con fuerza que la idea de vocación no tiene nada de autorreferencial, sino que es siempre una llamada al “éxtasis de la vida”, es decir, a salir de uno mismo para encontrarse con los demás. Por esta razón, todo hombre es una misión y no hay que decir superficialmente que tiene una misión: la misión está en el orden del ser, de la identidad, de la forma original, y no del tener, como si fuera un bien extrínseco y poseído. E incluso cuando hablamos de “Iglesia en salida” aludimos a la misma dinámica, porque la Iglesia de hecho, como sujeto comunitario, vive con esta misma lógica: ¡sólo puede ser plenamente ella misma cuando sale de sí misma! Podemos decir lo mismo de la Congregación: cuando sale de sí misma y sale al encuentro de los jóvenes, es verdaderamente ella misma; y viceversa, cuando se encierra en sí misma para tratar de sobrevivir, renuncia a su propia identidad, que sólo puede ser intrínsecamente misionera.
A partir de estas primeras indicaciones se hace evidente que la misión es el corazón de la vocación y el alma de la formación. El Papa Francisco está plenamente convencido de ello, tanto que afirma que «no estamos formados para la misión, sino que estamos formados en la misión, de la que gira toda nuestra vida, con sus opciones y prioridades. La formación inicial y permanente no puede ser una instancia previa, paralela o separada de la identidad y sensibilidad del discípulo. La misión inter gentes es nuestra mejor escuela: desde ella rezamos, reflexionamos, estudiamos y descansamos. Cuando nos aislamos o nos distanciamos de las personas a las que estamos llamados a servir, nuestra identidad como personas consagradas comienza a desfigurarse y a convertirse en una caricatura». Nuestras Constituciones van exactamente en esta dirección cuando en el artículo 3 afirman que “la misión da a toda nuestra existencia su tono concreto”.
Esta postura fundamental es inestimable porque coloca la vocación y la formación en su correcta posición pedagógica y pastoral con respecto a la misión. Y esto se desarrolla en el Mensaje al GC 28 en tres direcciones muy precisas. La primera indica dos obstáculos negativos a superar; la segunda es la propuesta positiva; la tercera indica dos consecuencias necesarias. Pero vayamos en orden.
El primer obstáculo a superar nos invita a salir del clericalismo. Después de todo, si lo pensamos, la postura clericalista desprecia la gracia bautismal. Piensa que es el sacramento del orden (o la profesión religiosa) lo que nos hace sujetos de la misión. Aunque todos sabemos que la plataforma de la misión es el bautismo, lo que nos hace a todos “discípulos misioneros”. El clericalismo, como «experiencia distorsionada del ministerio» es un gran obstáculo para la misión de la Iglesia: «Es la búsqueda personal de ocupar, concentrar y determinar espacios minimizando y anulando la unción del Pueblo de Dios. El clericalismo, viviendo la llamada de forma elitista, confunde elección con privilegio, servicio con servilismo, unidad con uniformidad, discrepancia con oposición, formación con adoctrinamiento. El clericalismo es una perversión que fomenta vínculos funcionales, paternalistas, posesivos e incluso manipuladores con el resto de las vocaciones de la Iglesia». Aquí se trata de acortar, tomar una posición como Congregación para que esta actitud esté completamente desterrada de nuestros estilos de relaciones ordinarias.
El segundo obstáculo a superar es el rigorismo, que crece en tiempos de fragilidad, donde todos buscamos certeza, seguridad y solidez: «Pretende gobernar y controlar los procesos humanos con una actitud escrupulosa, severa e incluso mezquina ante los límites y debilidades propios o ajenos (especialmente de los demás)». La rigidez es, en primer lugar, una forma de defensa ante la complejidad del mundo en el que vivimos: nos defendemos con el desapego, la distancia y el juicio; con el control obsesivo de las personas, que se ven así privadas de su libertad de expresión; con la expulsión de la diferencia, que se convierte también en una búsqueda obsesiva de homologación; con una falta de amor y misericordia sistémica, que socava en la raíz la confianza y la familiaridad de las relaciones, que son las únicas que pueden garantizar un entorno educativo saludable; con la verticalidad de una autoridad que corre el riesgo de convertirse en perversa porque no ayuda a nadie a crecer, como debería ser en su naturaleza; con un retorno al pasado por miedo a arriesgarse al riesgo del discernimiento.
Tras subrayar estos dos obstáculos a superar, la posición proactiva y fructífera consiste en esta precisa invitación: «Os animo a seguir esforzándoos por hacer de vuestras casas un “laboratorio eclesial” capaz de reconocer, apreciar, estimular y alentar las diferentes llamadas y misiones en la Iglesia», porque «la evangelización implica la plena participación, y con plena ciudadanía, de cada bautizado». Esto, si lo pensamos bien, es la intuición inicial de Don Bosco en Valdocco. Todos recordamos el bonito episodio que trajo a Don Bosco a nuestra tierra santa: buscaba un espacio para continuar su “oratorio”, y Pancrazio Soave le ofreció un ambiente para hacer un “laboratorio”. Al final el oratorio de Don Bosco se convirtió en un “laboratorio eclesial” de renovación pedagógica y pastoral capaz de dar lugar a un carisma específico en la Iglesia. Un lugar donde todas las vocaciones estaban presentes y activas: había laicos que eran corresponsables desde fuera y desde dentro de la obra de Don Bosco, había sacerdotes que daban su tiempo, estaba Mamma Margherita y otras figuras maternas, había sobre todo jóvenes que participaban en la misión con Don Bosco y que eran sus primeros y principales colaboradores en su labor educativa y pastoral.
Esta propuesta está en pleno desarrollo en la Congregación: es el reconocimiento y la plena valoración de la comunidad educativa pastoral como sujeto de la misión. No es otra cosa que el camino generado por el Concilio Vaticano II y tomado en serio por nuestra Congregación desde el 24º Capítulo General de 1996. Es una cadena imparable de logros excitantes, pero que desafortunadamente aún encuentra resistencia, como bien podemos ver por el hecho de que fue concebido como el tercer núcleo del GC 28. No pudimos lidiar con ello, pero basta con releer el “Instrumento de trabajo” en la tercera parte para tener una idea de las luces y sombras que caracterizan la estación que estamos viviendo.
A la propuesta de Francisco, después de haber colocado el núcleo generador de su propuesta, sigue la invitación a valorar dos figuras originales del carisma salesiano, con la intención de verificar y corregir los dos peligros antes enumerados: «En este sentido, pienso concretamente en dos presencias de vuestra comunidad salesiana, que pueden ayudar como elementos de comparación del lugar que ocupan las diversas vocaciones entre vosotros; dos presencias que constituyen un “antídoto” contra cualquier tendencia clericalista y rigorista: el Hermano Coadjutor y las mujeres».
¿ A qué nos llama el carisma, en primer lugar? Esta es la respuesta: «La primera llamada es ser una presencia alegre y gratuita entre los jóvenes». Francisco nos habla a los consagrados y nos pide que volvamos con nuestra existencia para responder a lo que Dios nos ha llamado a ser: «un signo de amor gratuito al Señor y a los jóvenes, que no se define principalmente por un ministerio, una función o un servicio particular, sino por una presencia. Incluso antes de las cosas que hay que hacer, el Salesiano es un recuerdo vivo de una presencia en la que la disponibilidad, la escucha, la alegría y la dedicación son las notas esenciales para agitar los procesos. La gratuidad de la presencia salva a la Congregación de cualquier obsesión activista y de cualquier reduccionismo técnico-funcional». Palabras muy claras, que no necesitan ningún comentario, pero que deben tomarse de forma radical, reconociendo que precisamente «los hermanos coadjutores son una expresión viva de la gratuidad que el carisma nos invita a custodiar».
¿Cómo se manifiesta el carisma, principalmente? Sin duda alguna a través de una actitud maternal, acogedora y amorosa. Por eso Francisco se pregunta y nos pregunta: «¿Qué sería de Valdocco sin la presencia de Mamá Margarita? ¿Sus casas habrían sido posibles sin esta mujer de fe?». Fue muy significativo que uno de los últimos actos comunitarios que pudimos convivir durante la CG 28 fue la inauguración de una estatua de bronce de Mamá Margarita en el acto de dar la bienvenida a un joven a Valdocco. ¡La recepción es siempre maternal, incluso cuando no es directamente una madre quien la hace! Es nuestro carisma de acogida, por lo tanto, maternal antes que paternal. Sabemos que se está produciendo un amplio debate sobre la presencia y el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, que el camino sinodal sobre los jóvenes también ha alimentado y apoyado. El carisma Salesiano es un carisma familiar, confidencial y maternal. Por esta razón la observación es natural: «Sin una presencia real, efectiva y afectiva de las mujeres, a sus obras les faltaría el coraje y la capacidad de declinar la presencia como hospitalidad, como hogar». El primer elemento del “criterio oratorio” radica en ser un hogar acogedor y este aspecto está claramente vinculado a la presencia de mujeres, porque sin una madre es difícil tener un hogar. El carisma salesiano es generado por dos madres: María Auxiliadora, reconocida como maestra de Don Bosco desde los nueve años, y Mamá Margarita, de quien el santo de los jóvenes aprende ese amor concreto que junto con la razón y la religión se convertirán en los pilares del método educativo salesiano.
¿Es la comunidad educativa pastoral realmente el tema de la misión hoy en día? ¿En qué sentido la casa salesiana en la que vivimos es un “laboratorio permanente” de pedagogía, espiritualidad y misión?
Inculturación e interculturalidad del carisma Salesiano
El cuarto punto del Mensaje al CG 28 nos invita a observar el carisma desde otro ángulo, el de su universalidad: La “opción Valdocco” en la pluralidad de idiomas. El horizonte de Don Bosco fue desde el principio católico, es decir, universal, sin poder excluir a nadie de su abrazo: ¡sabemos que a falta de personal en las primeras obras en Italia y Europa respondió enviando a los primeros misioneros a Argentina!
La experiencia de un Capítulo General, como la de un Sínodo, es una experiencia de pluralidad, diversidad en la unidad y ciertamente no de homologación uniforme. Basta recordar, durante las cuatro semanas que vivimos juntos en Valdocco, la oración vespertina organizada de vez en cuando por las diferentes Regiones: cuántos idiomas desconocidos e incomprensibles, cuántos estilos diferentes de oración, cuántas formas plurales de relacionarse con el Señor. Y sin embargo, todos nos sentimos siempre en plena armonía a través de tan gran diversidad expresiva. ¡El pluralismo, que muchas veces nos asusta y nos hace encerrarnos en nosotros mismos, a la luz de la fe es una gran bendición, porque a la luz del Evangelio marca la redención de Babel en el día de Pentecostés!
Pero aquí hay que profundizar, porque la invitación de Francisco es clara: «La presencia universal de vuestra familia salesiana es un estímulo y una invitación a custodiar y preservar la riqueza de muchas de las culturas en las que estáis inmersos sin intentar “homologarlas”». Hoy en día hay una fuerte tentación de uniformidad, que surge del miedo a lo diferente. La globalización busca imponer a todos un modelo único, un pensamiento exclusivo, un estilo estandarizado y repetitivo. Esta es una verdadera enfermedad de época que infecta a todos un poco, y para curarla requiere una renovada conversión del corazón. Porque todos sabemos que la comunión en el sentido cristiano sólo puede ser generada por el mantenimiento de nuestra singularidad, que sólo así puede contribuir a la belleza y la sinfonía del conjunto. Si todos fuéramos iguales no habría comunión, sino sólo una homologación trivial. Por esta razón el Papa Francisco habla a menudo de la forma de la Iglesia como un poliedro y no como una esfera: esta última se refiere a la uniformidad de una pared de un solo color, el poliedro en cambio a la diversidad del mosaico formado por muchas piedras que sólo en su armoniosa relación logran algo hermoso y original.
Hoy se habla cada vez más de la inculturación -que es la capacidad de identificar las semillas del Verbo presentes en toda cultura humana, donde la gracia precede siempre a la presencia de la Iglesia y al anuncio de la salvación- y de la intercultura: con este último término hay que entender la riqueza específica que surge del encuentro de culturas diferentes que pueden fecundarse mutuamente en un verdadero intercambio de dones, creando nuevas dinámicas relacionales que enriquecen el patrimonio de lo existente. Francisco, empujando en esta precisa dirección, en su Mensaje al CG 28 confirma que «el cristianismo no tiene un modelo cultural único» al que otras culturas deben conformarse, negando su especificidad.
Durante el Sínodo especial sobre Amazonia nos construimos como familia salesiana, porque pudimos redescubrir a algunos misioneros que no alteraron en absoluto la cultura en la que estaban insertos, sino que asumieron plenamente no sólo el idioma, sino también los usos y costumbres de las personas a las que fueron enviados. Evangelizaron a través de un diálogo capaz de escuchar con respeto y valorar con sabiduría los elementos de la cultura local y transformarlos según la gracia del Evangelio. La beata hermana María Troncatti, el siervo de Dios Rudolf Lunkenbein y el gran Luis Bolla, por mencionar sólo los más citados en el último Sínodo. Ellos realizaron en plenitud la invitación que el Papa Francisco nos dirigió a todos: «Esfuércense por asegurar que el cristianismo sea capaz de asumir el lenguaje y la cultura de la gente del lugar». La invitación es clara y repetida: «El salesiano está llamado a hablar en la lengua materna de cada una de las culturas en las que se encuentra».
La Congregación Salesiana está en plena metamorfosis. En los primeros días de cada Capítulo General se presenta el informe detallado del Rector Mayor sobre el “estado de la Congregación”. De los datos que se nos ofrecieron al principio de la CG 28 podemos ver que están ocurriendo tantos cambios que la “geografía” de la Congregación está cambiando lentamente: África es un continente preñado de futuro, que necesita reforzar sus itinerarios formativos, especialmente los iniciales; Europa continúa su declive numérico y su envejecimiento, a pesar de que sigue disponiendo de recursos de pensamiento y medios para la misión; el gran continente de Asia, donde reside la mayor parte de la población juvenil del mundo, sigue siendo un terreno fértil para el carisma; el continente americano, aunque mantiene una gran sensibilidad religiosa, está experimentando algunas luchas vocacionales que nos hacen pensar. Ahora estos movimientos magmáticos, lentos pero significativos a medio y largo plazo, nos invitan a entrar con coraje y alegría en una nueva temporada de confrontación, enriquecimiento y puesta en práctica del carisma salesiano.
Lo dijimos al principio y lo repetimos con fuerza: el carisma no es un bloque de granito irrompible e inmutable, sino un fuego ardiente que debe ser alimentado constantemente y que, por lo tanto, está llamado a renovarse para seguir siendo él mismo. Se trata de valorar las nuevas aportaciones para hacer crecer el propio carisma porque, como nos asegura el Papa Francisco, «la unidad y la comunión de vuestra familia es capaz de asumir y aceptar todas estas diferencias, que pueden enriquecer todo el cuerpo en una sinergia de comunicación e interacción donde cada uno puede ofrecer lo mejor de sí mismo para el bien de todo el cuerpo”. Así la salesianidad, lejos de perderse en la uniformidad de las tonalidades, adquirirá una expresión más bella y atractiva y podrá expresarse “en dialecto” (cf. 2 Mac 7, 26-27)».
Por último, Francisco se refiere a un nuevo “lenguaje común” que ha entrado en nuestro mundo de manera transversal, a saber, «la irrupción de la realidad virtual como el lenguaje dominante». Reconociendo que se trata de «un espacio de misión», advierte también de ciertos peligros, porque el entorno digital «puede encerrarnos en nosotros mismos y aislarnos en una cómoda y superflua virtualidad poco o nada comprometida con la vida de los jóvenes, los hermanos de la comunidad o las tareas apostólicas». Aquí debemos ser muy cuidadosos porque «el repliegue individualista, tan extendido y propuesto socialmente en esta cultura ampliamente digitalizada, requiere una atención especial no sólo en lo que respecta a nuestros modelos pedagógicos sino también en lo que respecta al uso personal y comunitario de nuestro tiempo, nuestras actividades y nuestros bienes».
¿Cómo se tiene en cuenta que el carisma salesiano vive de un continuo intercambio de dones? ¿Cómo estamos gestionando la actual metamorfosis de la Congregación?
Aprovechen la gracia del principio
La “opción Valdocco” y la capacidad de soñar. Las últimas palabras del Mensaje al CG 28, en realidad las más cortas y concisas, nos remiten a una experiencia constante a lo largo de la vida de Don Bosco, a una gracia especial que acompañó cada uno de sus pasos: su capacidad de soñar. Desde el principio hasta el final de su existencia nuestro fundador soñó, aprendiendo de los sueños a creer en Dios que lo guiaba y realizando lo que soñaba con obstinación, en la certeza de que a través de ese lenguaje especial Dios se manifestaba en su vida: «Con ellos el Señor se abrió camino en su vida y en la de toda vuestra Congregación ampliando la imaginación de lo posible». Podemos aventurar la idea de que el Señor, a través de los sueños, acompañó directamente a Don Bosco, dilatando su corazón: en efecto «los sueños, lejos de mantenerlo dormido, le ayudaron, como le sucedió a San José, a asumir otra profundidad y otra medida de vida, las que surgen de las entrañas de la compasión de Dios».
Si pensamos en ello, lo que falta en nuestro mundo de hoy y en nuestra época es la capacidad de imaginar. Nosotros, como Iglesia y como Congregación, hasta hace unas décadas, teníamos “grandes relatos” que nos daban vida y nos daban fuerza para realizar grandes emprendimientos, sueños que hemos entregado constantemente con alegría a nuestro pueblo y a nuestros jóvenes, y que han moldeado profundamente nuestra existencia personal y comunitaria: el drama de la historia de la salvación, la esperanza cierta en la vida eterna, el entusiasmo de la aventura misionera, la aspiración a la santidad, el encanto de la entrega en la vida dada a los jóvenes en forma de consagración religiosa, la certeza de adherirse a una forma de vida plena y abundante.
Conquistados por el horizonte inmanente de nuestra época, hoy en día corremos el riesgo de ser aplastados en el presente sin cultivar una visión accesible y positiva del futuro. Sin vislumbrar las entradas para trascender la experiencia terrenal que vivimos día tras día. La imaginación se ha reducido y la medida de la vida se ha vuelto estrecha y autorreferencial, encerrada en espacios de confort protegidos y seguros. Me impresionó mucho la voz de los jóvenes del Sínodo, que en varios momentos del viaje compartido dijeron que a menudo se ven obligados a renunciar a sus sueños, tanto que muchos de ellos incluso han dejado de soñar. ¿Y qué le pasa a un joven que deja de soñar? En mi opinión, pierde el alma de la juventud misma, que después de todo consiste en mirar al futuro con alegría y esperanza. Pero también podemos preguntarnos: ¿qué pasa con una Congregación que renuncia a sus sueños e incluso deja de soñar? Y de nuevo: ¿qué pasa con una Iglesia incapaz de cultivar sueños? Dejar de soñar es matar la esperanza, y dejar que nuestras vidas sean dominadas por “pasiones tristes” y “pasiones oscuras”: desesperación, depresión, presentismo, juicio negativo sobre todo, la incapacidad de ver el bien que existe, la muerte del deseo de buscar salidas, y la incapacidad de luchar por un mundo mejor, dejándose transportar hacia abajo. Sin sueños no estamos muertos todavía, ¡pero ni siquiera estamos vivos! Sin sueños nuestra vida está en el camino de Judas, que ya no ve ninguna luz en su camino. Una vida que deja de soñar está destinada a la tristeza.
La Iglesia y la Congregación sólo podrán dar lugar a una nueva estación si son capaces de tocar el corazón de los jóvenes a nivel de la imaginación, si logran despertar en ellos altos ideales por los que vale la pena jugar la vida hasta el final, presentando la fe como una aventura capaz de movilizar la existencia, ofreciéndole un significado positivo y excitante. Captar la capacidad de desear una vida plena y abundante es lo que ha hecho de la fe algo atractivo y deseable en todas las diferentes épocas de la historia del cristianismo. ¿Seguimos siendo capaces de decir que la fe es algo intrigante y capaz de despertar los corazones de nuestros contemporáneos? Me parece que en la invitación profética del Papa Francisco - « ¡Soñad... Y haced soñar!» - hay un poco de eso.
Y así al final de la jornada resuena en nuestros corazones el Mensaje al CG 28, que en una exquisita y familiar buena noche nos invita a revitalizar en nosotros esa capacidad de soñar que es el signo inequívoco de la vitalidad de nuestro carisma educativo: «Deseo ofrecerles estas palabras como las “buenas noches” de cada buena casa salesiana al final del día, invitándoles a soñar y a soñar a lo grande. Sepan que el resto se le dará por añadidura. Soñad con casas abiertas, fecundas y evangelizadoras, capaces de permitir que el Señor muestre su amor incondicional a tantos jóvenes y permitirles disfrutar de la belleza a la que han sido llamados. Soñad... Y no sólo para ustedes y para el bien de la Congregación, sino para todos los jóvenes privados de la fuerza, la luz y la consolación de la amistad con Jesucristo, privados de una comunidad de fe que los sostenga, de un horizonte de sentido y de vida».
No es nada más, me parece, que una pedagogía de fe y profecía. Fe a la que estamos invitados a través de los sueños, que son una profecía del futuro y una bendición para nosotros, para los jóvenes y para todos aquellos que comparten con nosotros la pasión por la educación. Los sueños para Don Bosco eran profecías destinadas a hacerse realidad: el sueño le hizo avanzar en la fe, le empujó a atreverse a lo inimaginable, a arriesgarlo todo por todo. Es Dios, que a través de los sueños, lo acompañó paso a paso, haciéndolo un profeta para el bien de todos los jóvenes, sin excluir a nadie.
¿Cómo alimentamos nuestra imaginación? ¿Cuáles son nuestros grandes sueños?