EDITORIAL
En 1875, Don Bosco reunió a su alrededor a un grupo de diez jóvenes que estaban a punto de cruzar el Atlántico, un viaje que para algunos sería sin retorno. Son las cuatro de la tarde, el santuario de María Auxiliadora está lleno de gente y al pie de la imagen de María Auxiliadora Don Bosco saluda con lágrimas a los jóvenes que se van, entrega a cada uno un regalo, un trozo de papel con “veinte recuerdos especiales”, “recuerdos de un padre para un hijo que se va antes del abrazo final”, escribe Don Ceria, símbolo de su profundo afecto.
Nunca ha sido bien visto, pero hoy lo es menos todavía, ser profetas del desastre. Estamos en una era donde todavía millones de personas creen en el mito de que la tecnología lo solucionará todo.
El hombre empuja un bastoncillo de algodón para los oídos, demasiado dentro de la parte inferior de la oreja y vuelve a los ajustes de fábrica.
La novela “Un mundo feliz” escrita en 1932 es, sin duda, una de las visiones literarias que con mayor claridad se anticiparon a los acontecimientos que en la actualidad estamos viviendo. Su autor Aldous Huxley se dio cuenta que para que un sistema de producción de masas funcionara en lugar de someter a las personas por la fuerza lo debía hacer entregando pequeñas pero constantes gratificaciones. Se debía proveer a las personas de la ilusión de felicidad en el consumo, de tal modo, que estén incluso dispuestas a sacrificar hasta su propia libertad.