Es natural en nosotros mantenernos en nuestras zonas de confort, en nuestras seguridades, donde nos sentimos cómodos y seguros, sin embargo; es justamente cuando experimentamos esta situación deberíamos comenzar a preocuparnos, a sospechar que algo anda mal.
El estado natural de un cristiano y de un discípulo es el movimiento. Jesús enseña mientras camina, sus milagros normalmente ocurren mientras va de un lugar a otro, va de una aldea a otra, no se detenerse: calles, caminos, recorridos, lugares nuevos.
Los Apóstoles son enviados para ir mar adentro, para partir a todas las naciones. El lugar natural de los seguidores de Jesús es una barca no una oficina, un bastón no una guía de viaje.
Papa Francisco nos da testimonio, Él va a las periferias donde muchos tienen miedo de andar. El Papa viaja al África y llega a los suburbios de Bangui para abrir la Puerta Santa, viaja a Egipto para dialogar con los líderes de otras confesiones. Llega a Cuba, Corea y Paraguay… y visita las cárceles, los hospitales y los centros de refugiados.
Las fotos del rostro maltratado, herido, sangrante pero sonriente del San Padre, escandalizan a aquellos que detrás de sus escritorios promueven una religión aséptica, segura y lejana de los necesitados; pero ha emocionado a muchas personas que sueñan con una Iglesia con los zapatos gastados por tanto camino recorrido.
Salir de nuestra zona de Confort nos pide dejar nuestros miedos, y caminar con determinación como lo hicieron nuestros padres en la fe, sobre todo atrevernos a tomar diferentes caminos, visitar lugares desconocidos, encontrar con personas distintas y atrevernos a proponer nuestra fe sin miedo a lo que otros puedan pensar: “No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos” (Aparecida, 548). “El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”. (EG88)
Preguntémonos ¿cuál es nuestra zona de confort de cara al Evangelio?