Él es el pequeño de tres varones y dos hermanas. Se conocen poco, porque fueron llevados a hogares. Álvaro sabe que el problema siempre fueron sus padres: “Nunca se casaron y discutían mucho. Mi padre transportaba fruta en un mercado y también bebía demasiado, mientras que mi madre pelaba ajos. Éramos muy pobres pero casi cada año nacía un hermanito…”
Como era imposible mantener el hogar, la familia de Álvaro esperó que cumpliera 13 años para que pudiera entrar en la Casa de Don Bosco de Breña, “pero yo no quería llegar a esa edad, yo no quería crecer”. Sin embargo, con el paso de los años entendió que dejar su casa era una manera de ayudar a sus padres.
Sus primeros meses en la Casa de Don Bosco fueron muy tristes. Su madre lo visitaba todos los domingos pero él no podía evitar que cada despedida se convirtiera en un mar de lágrimas…
Poco a poco, se fue acostumbrando hasta convertirse en un joven orgulloso de haber crecido y haberse formado en la “Casa Don Bosco” de Breña. De su encuentro con Don Bosco destaca que le ha enseñado mucho. “Su “vida fue difícil desde que murió su papá a los 3 años, pero uno no se puede quedar en su pasado porque Dios ayuda a mirar el futuro con esperanza”.
En la actualidad, tras acabar la educación secundaria y la carrera de Técnico en Administración, ha empezado a trabajar hace pocas semanas con el objetivo de ahorrar para seguir estudiando y poder ayudar a su familia.
“Encontrarse con Don Bosco y que forme parte de tu vida te cambia el futuro”, finaliza Álvaro, convertido en un optimista trabajador que no olvida su pasado y que quiere ayudar a otros niños de las Casas de Acogida que atiende la Fundación Don Bosco en Perú.