En la VIII Jornada Mundial de los Pobres, domingo 17 de octubre 2024, el Papa Francisco centra su homilía en dos realidades: angustia y esperanza. “Realidades – asegura – que siempre están combatiendo dentro de nuestro corazón”.
Francisco define la angustia como “ese sentimiento extendido en nuestra época, donde la comunicación social amplifica los problemas y las heridas, haciendo que el mundo sea más inseguro y el futuro más incierto” y explica que, “si nuestra mirada se limita solo a la narración de los hechos, prevalecerá en nosotros la angustia”. Y pone un ejemplo: “actualmente vemos el hambre y la carestía que oprimen a muchos hermanos y hermanas; también vemos los horrores de la guerra y las muertes inocentes”. Frente a esta dura realidad, Francisco ha recordado que “corremos el riesgo de hundirnos en el desánimo y dejar pasar inadvertida la presencia de Dios dentro del drama de la historia”.
Ante la injusticia que provoca el dolor de los pobres, el Santo Padre pide que no nos dejemos llevar por la “inercia de aquellos que, por comodidad o por pereza, piensan que “el mundo es así” y “no hay nada que yo pueda hacer””. De hecho – explica – si nos dejamos llevar por ese pensamiento, “la fe cristiana se reduce a una devoción pasiva, que no incomoda a los poderes de este mundo y no produce ningún compromiso concreto en la caridad”.
“Jesús, en medio de ese cuadro apocalíptico enciende la esperanza” dice el Papa. “Nos abre completamente el horizonte, alargando nuestra mirada para que aprendamos a acoger, incluso en la precariedad y en el dolor del mundo, la presencia del amor de Dios que se hace cercano, que no nos abandona, que actúa para nuestra salvación”.
En este sentido, el Papa recuerda que “estamos llamados a leer las situaciones de nuestra historia terrena: ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca”. Y no sólo, el Papa asegura que “somos nosotros, sus discípulos, quienes gracias al Espíritu Santo podemos sembrar esta esperanza en el mundo” y es a nosotros a los que su gracia nos hace brillar: “es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte”.
En su homilía, el Pontífice también pide que no olvidemos que “la esperanza cristiana que ha llegado a su plenitud en Jesús y se realiza en su Reino, necesita de nuestro compromiso”; necesita de “una fe que opere en la caridad” y de “cristianos que no se hagan los desentendidos”.
Esto se traduce en que “no debemos fijarnos sólo en los grandes problemas de la pobreza global, sino en lo poco que todos podemos hacer en lo cotidiano: con nuestro estilo de vida, con la atención y el cuidado del ambiente en el que vivimos, con la búsqueda constante de la justicia y compartiendo nuestros bienes con los más pobres” explica el Papa.
El Pontífice ha instando a reflexionar sobre la verdadera caridad, cuestionando a las personas que dan limosna si la limosna se da con un gesto de humanidad o como un acto vacío de conexión personal: “Aquellos que dan limosna, yo les pregunto dos cosas: tú tocas las manos de las personas o les tiras la moneda sin tocarlos? ¿Tú los miras a los ojos a la persona a la que estás ayudando o miras hacia otro lado?”
El Papa Francisco, al concluir su homilía durante la Santa Misa de la Jornada Mundial de los Pobres, lanzó un urgente llamado a la Iglesia, a los gobiernos y a las organizaciones internacionales: “Por favor, no nos olvidemos de los pobres”. Con estas palabras, el Papa recordó que la verdadera identidad de la Iglesia se construye en la medida en que se sirve a los más necesitados. Según Francisco, la Iglesia no es plenamente ella misma si no es una “casa abierta a todos”, un lugar donde se manifiesta la compasión de Dios hacia cada hombre.
Mireia Bonilla
Fuente: Vatican News