Por: Jean Paul Muller, Ecónomo General
El deseo de prestigio y de poder conlleva una ambición desmesurada en su deseo de llegar a los puestos de mando, no por el bien de la comunidad, sino por el mero deseo de decir: "yo soy...". El mismo Papa Francisco recuerda que existe una incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama y triunfos terrenales y la lógica de Cristo crucificado.
Por supuesto, el concepto de ambición no debe ser demonizado, ya que, al igual que un río que necesita “diques de efensa" para que no se desborde, así también, los “diques” correctos pueden ser un factor decisivo en las decisiones de la comunidad. También es natural la necesidad humana de confrontarse con los niveles de excelencia: la ausencia de esta necesidad lleva a ser apáticos y mediocres.
Pero la ambición debe ser combinada con “la templanza (que) refuerza en él la guarda del corazón y el dominio de sí mismo, y le ayuda a mantenerse sereno. (CS. Art. 18).
A veces, como religiosos estamos tan inmersos en los problemas diarios, que “lo que somos y hacemos no está siempre enraizado en la fe, en la esperanza y en la caridad, y no indica claramente que la iniciativa viene de Dios y todo vuelva a Él" (“Testigos de la Radicalidad Evangélica “trabajo y templanza”, CG27).
Para aquellos que tienen puestos de responsabilidad se debe recordar que las obras requieren una gestión y una administración peculiar:
- Evangélica, que debe responder a los criterios evangélicos de pobreza y solidaridad.
- Prudente, típico de quien administrar y no dispone.
- Competente, de aquella competencia que es necesaria para supervisar la buena administración.
- Fraternal, tan atenta a las necesidades de los hermanos con quienes compartimos la misión
- Transparente, que no tiene miedo de reportar las acciones y las decisiones que asumidas.
No se trate de brillar, querer ser el hombre de mando, el que resuelve eternamente los problemas; es importante buscar el diálogo y también tener la capacidad de delegar algunas actividades.
Tenemos que volver a los orígenes, a la humildad de servir en lugar de ser servido, a la figura del siervo de Jahwé, que nos recuerda el Papa Francisco "que no se atribuye grandes empresas, ni discursos famosos, sino que lleva adelante el plan Dios a través de una presencia humilde y silenciosa a través del propio sufrimiento".
Para un salesiano la mayor ambición debe ser el aumentar el esfuerzo para alcanzar y mejorar la vida y la educación de muchos muchachos y muchachas como sea posible.