Todo comienza, como siempre, con la Palabra del Señor: durante la ceremonia de envío resuena la palabra del Evangelio según Marcos: “y los envió de dos en dos, [...] Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón” [Mc 6, 7-13]. En este pasaje se encapsulan los primeros pasos de la experiencia misionera, aunque, de acuerdo con las circunstancias de la modernidad, los jóvenes no llevan físicamente un bastón en el camino, sino la cruz de un mandato misionero, signo indeleble del verdadero y primigenio apoyo: Jesús.
Fortalecidos por esto, cada mañana los misioneros avanzan con cautela hacia Piazzale Nenni para jugar con los chicos y chicas de este lugar y tratar de alegrar sus mañanas con juegos y risas, en el esfuerzo educativo compartido dirigido a contrarrestar las voces que oyen diariamente y las historias de vidas que ya parecen destinadas a imitar: la calle, la criminalidad, las adicciones, un torbellino de vicios y desperdicios.
Periférico y desolado aparece el mundo de los olvidados, de quienes no tienen alternativas, de quienes ven y viven la oscuridad como única solución y posibilidad. El barrio Pablo VI de Taranto, epicentro de la misión, ha visto y vivido la oscuridad durante mucho tiempo y, quizás, escuchando las historias de algunos de sus protagonistas, desde siempre. En el pesado amasijo de silencio, omisiones, olvidos, prejuicios y obscenidades, son pocos los que desafían la entrada en la calle y apuestan por la salvación de los corazones. Llamadas a leer en los corazones las potencialidades del bien, están las Hijas de María Auxiliadora, que aquí, cada día, bajo la guía de la hermana Mariarita di Leo y la hermana Maria Viscomi, enfrentan los semilleros de la criminalidad.
La misión de verano de los jóvenes tiene sentido solo desde la perspectiva de su servicio continuo y extenuante en el territorio y en la comunidad. Las hermanas nos testimonian cada día cómo la misión es un ejercicio de fe y alegría, de caridad y amor, de esperanza y pasión.
Y precisamente allí donde todo parece destinado a desvanecerse entre incendios, cenizas, muebles, suciedad, maleza, escombros, desilusiones, vergüenza y rostros que prefieren esconderse, los jóvenes misioneros intentan construir caminos de esperanza en la marginalidad, estando juntos con los más pequeños, tratando de encontrarlos de manera auténtica, sin fingir confianza y haciéndoles entender que existe una alternativa a la cultura, esa ruinosa, de la calle.
Luego, para dar continuidad a la actividad realizada en las calles por la mañana, por la tarde, los niños y niñas son acogidos en los espacios del oratorio, donde participan en las Olimpiadas de la Paz y pueden divertirse y aprender.
“En la lógica intermitente del recuerdo, quizás con los años que pasarán no seremos capaces de recordar con precisión todo lo que estamos viviendo intensamente ahora, sin embargo, estamos seguros de que todo permanecerá firme en el corazón, donde, recordando, sabremos que tenemos en nosotros esas imágenes impresas de sonrisas, abrazos, palabras, juegos, goles en el campito, júbilos y enseñanzas” continúa el joven. “Medimos en los varios ‘lástima que mañana no estarán’, ‘entonces el sábado se van’ o ‘aquí me siento como en casa’ el afecto que estos chicos, aprendices de la vida, cada día están dispuestos a ofrecer” agrega el joven.
Al término de la experiencia, los jóvenes han sabido elaborar cuáles son ahora sus deseos y esperanzas: “ser telares, agujas e hilos de un nuevo y fructífero tejido, el que contribuirá, bajo las manos del sabio Sastre, el Señor Jesús, a confeccionar vestiduras a la medida de la dignidad, a la medida del respeto, a la medida del amor fraterno y humano, a la medida del apoyo, a la medida del corazón” concluye el joven misionero.