Hijo de inmigrantes españoles, con dos hermanos que hoy son médico e ingeniero, José Ángel recibió una primera propuesta para la vida salesiana cuando aún era pequeño, pero tuvo que enfrentarse al rechazo de su padre, quien quizás también soñaba para él con una prestigiosa carrera profesional. Sin embargo, el futuro misionero, ya de adolescente, estaba muy fascinado por Don Bosco y su Sistema Preventivo, tanto que, con otros amigos, fundó en su ciudad la asociación “La Sociedad de la Alegría”, y tan pronto como le fue posible, ingresó en el aspirantado salesiano.
“En el proceso de la formación inicial salesiana viví muchas experiencias hermosas – cuenta hoy –. Y en los tres años de posnoviciado descubrí toda la belleza de la vida salesiana, gracias a un salesiano de mucha experiencia, el Padre Fernando Peraza”.
Siempre en esa fase, junto al estudio, el Padre Rajoy tuvo sus primeras experiencias pastorales significativas: con los jóvenes toxicómanos, luego en un internado con jóvenes en riesgo… hasta que el Inspector de la época le pidió que partiera como misionero.
El Padre Rajoy aceptó la propuesta, pasó por Roma y luego se dirigió a Portugal para estudiar el idioma: su destino era Mozambique. Recuerda el misionero: “El primer impacto fue duro: llegué allí cuando todavía estaban en guerra civil. Muchas cosas, incluida la escuela ‘Don Bosco’, habían sido nacionalizadas. Sólo estaban disponibles algunas iglesias donde íbamos para las celebraciones, pero ni siquiera todas, ya que algunas de ellas también habían sido nacionalizadas y se utilizaban como salas de reuniones”.
Sin embargo, había algunas comunidades con mucha fe y determinación, que vivían sin miedo. “Fue con ellos que comencé mi actividad misionera. Y debo decir que me trataron muy bien: en mis primeros seis años de servicio allí trabajé como párroco y siempre fui tratado como un hijo por los mozambiqueños”, afirma.
Los desafíos, sin embargo, no faltaron: el Padre Rajoy tenía dificultades para compartir la misión, porque los salesianos eran muy pocos y de edades y procedencias diversas; además, faltaba una mentalidad de proyecto: “En mi Inspectoría de origen, las cosas se hacían hablando y programando juntos, pero en las misiones no era posible; la misma experiencia de comunidad era diferente: en Mozambique cada uno hacía por su cuenta lo que consideraba importante y necesario para el bien de los destinatarios”.
Del 2000 al 2006 se le confió el cuidado de una presencia en Moamba, donde los salesianos gestionaban una escuela en colaboración con el gobierno. “Tal colaboración preveía al mismo tiempo una formación para los docentes: tuvimos que activar procesos para formar a maestros de mecánica, electricidad… Así fue como comenzó el proyecto de lo que hoy es una universidad”. Una obra que es un éxito y, sin embargo, un desafío aún actual, ya que, según el salesiano venezolano, necesita una propuesta pastoral más clara y un fortalecimiento de la pastoral salesiana.
Los destinatarios de esta obra, a la que el Padre Rajoy todavía se dedica, son en su mayoría musulmanes. Pero la integración es buena: “No tienen problemas con la propuesta salesiana, incluso dicen que María es su Madre y que aparece en el Corán”.
Y con una mirada propositiva, el misionero concluye: “A pesar de las dificultades, debemos agradecer a Dios porque fue Él quien nos dio esta universidad. Y nuestra tarea es hacer de esta universidad la casa de Dios para ellos”.
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