Español del País Vasco, el pequeño Juan Carlos nació en mil novecientos cincuenta y dos en Bilbao, siendo luego bautizado en Barakaldo. Guiado en la fe por su madre, una mujer muy religiosa, conoció a los salesianos en la época de la escuela secundaria, luego ingresó en el noviciado salesiano de Urnieta, y continuó con la formación religiosa tradicional, hasta la profesión perpetua en 1975 y la ordenación sacerdotal en 1978.
Ya durante los estudios de Filosofía y Teología comenzó a percibir la vocación misionera, y expresó a sus superiores la voluntad de partir. Así, en 1997 fue enviado a África, a Benín, a una misión muy pequeña, donde encontró muchas dificultades de adaptación debido al idioma local. “Para mí era muy complicado celebrar la Misa, sobre todo en la parte libre de las homilías, y siempre terminaba con alguien haciendo la traducción”, recuerda hoy el Padre Ingunza.
Sin embargo, su apostolado, junto al de sus compañeros de misión, debió ser igualmente eficaz, si es cierto que en el transcurso de cinco años la entonces Inspectoría del África Francófona Occidental (AFO) había iniciado cinco presencias en la misma región. En virtud de esta fecunda experiencia, fue destinado a abrir una nueva parroquia en Cotonú, la capital de Benín, y luego debería trabajar en la formación de un noviciado local. Pero el estallido de los enfrentamientos en el país impidió este proyecto y el Padre Ingunza – que mientras tanto había regresado a España para formarse para ese encargo – fue destinado a Porto Novo, donde sirvió como Director y Párroco, y luego en Togo y Costa de Marfil, país, este último, “donde nuevamente fui ‘perseguido’ por los enfrentamientos y la guerra”, informa el salesiano.
Su peregrinaje por los países de esa región no había terminado aún: el Padre Ingunza sirvió también en Malí y luego en Burkina Faso, una experiencia muy particular: “Trabajaba en una parroquia fundada por personas de Burkina Faso, donde la gente se quejaba y decía estar cansada de los sacerdotes europeos y querían sacerdotes africanos”, añade.
Quizás por esto, después de treinta años en las misiones en África Occidental, el Padre Ingunza sintió la necesidad de pedir un tiempo de recuperación. “Era el año 2016 y le pedí al entonces Inspector de ‘España-San Santiago el Mayor’, el Padre Juan Carlos Pérez Godoy, poder regresar a España”, admite el misionero.
Incluso en su patria encontró la manera de aprovechar su experiencia misionera, poniéndose al servicio de los inmigrantes provenientes precisamente de África. “Sin embargo, después de poco tiempo, sentí nuevamente nacer en mí el ardor misionero. Así, era el 2019, escribí al Rector Mayor pidiendo ir nuevamente en misión. Y él me envió a Brasil, a la Inspectoría de Campo Grande, a trabajar con los Xavantes”.
Comenzó entonces la “tercera vida” del Padre Ingunza, enviado a Brasil sin haber estudiado portugués. “Providencialmente, una vez allí, pude al menos asistir a un curso breve de un mes para aprender a comunicarme y luego fui directamente a la misión”. Aún hoy está allí, en una obra histórica y significativa para todas las misiones salesianas, la de Sangradouro, donde los Hijos de Don Bosco comenzaron ya en mil 1957 a cuidar de los indígenas ancianos y hambrientos que se les presentaban.
Al final de su relato, el Padre Ingunza quiso compartir algunas pequeñas “perlas” recogidas en su vida misionera: “Cuidar de la propia vida espiritual es fundamental para un misionero. A menudo es difícil encontrar tiempo personal para la oración, pero esta es la base de la perseverancia en la misión”.
Y también: “Dondequiera que llegue un misionero, debe recordar que antes de él hubo otros misioneros que trabajaron allí, tomando decisiones motivadas y con compromiso: hay que respetar y tratar de dar continuidad a lo que se ha hecho. Por lo tanto, en primer lugar, mi consejo es escuchar el pasado antes de comenzar a trabajar. Porque la primera inculturación ocurre dentro de la comunidad”.