RMG – Don Bosco soñador: el primer sueño misionero
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26 Enero 2024
Ilustración de Severino Baraldi, de "Don Bosco ti ha sognato" (Elledici, Bolonia, 2013).

(ANS – Roma) – Después de recordar algunos de los famosos sueños de Don Bosco con claro valor educativo-pedagógico, comienza hoy el mini ciclo de tres encuentros dedicados a redescubrir los sueños "misioneros" del santo fundador de la Congregación Salesiana. Dado el desarrollo de la Sociedad que él fundó, las innumerables obras iniciadas y llevadas a cabo con la colaboración de muchos otros religiosos, religiosas y laicos de la Familia Salesiana, y la precisión de tantos detalles sobre países y realidades que Don Bosco nunca visitó en persona, estos sueños son algunas de las visiones más fascinantes y sugerentes que él relató. Comencemos, obviamente, por el primero, que concierne a la primera tierra de misión de los Salesianos: la Patagonia (Memorias Biográficas X, 53-55).

Este es el sueño que llevó a Don Bosco a iniciar el apostolado misionero de sus hijos Salesianos. Lo tuvo en 1872 y lo contó por primera vez a Pío IX en marzo de 1876; luego repitió la historia también a algunos Salesianos.

“Me pareció encontrarme en una región salvaje y por completo desconocida. Era una inmensa llanura completamente inculta, en la que no se descubrían montes ni colinas. En sus lejanísimos confines se perfilaban escabrosas montañas. Vi en ella una turba de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudos, eran de altura y estatura extraordinarias, de aspecto feroz, cabellos largos e hirsutos, color bronceado y negruzco, e iban vestidos con amplios mantos de pieles de animales que les caían por las espaldas. Usaban como armas una especie de lanza larga y la honda (el lazo).

Estas turbas de hombres, esparcidos por acá y acullá, ofrecían a los ojos del espectador escenas diversas; unos corrían detrás de las fieras para darles caza; otros llevaban clavados en las puntas de sus lanzas trozos de carne ensangrentada. Por una parte, unos luchaban entre sí, otros peleaban con soldados vestidos a la europea, y quedaba el terreno cubierto de cadáveres. Yo temblaba al contemplar semejante espectáculo, y he aquí que aparecieron en los límites de la llanura numerosos personajes, en los cuales reconocía, por sus ropas y su manera de obrar, a los misioneros de varias Ordenes.

Estos se aproximaban para predicar a aquellos bárbaros la religión de Jesucristo. Los observé atentamente, mas no reconocí a ninguno. Se mezclaron con los salvajes, pero ellos, apenas los veían, se les echaban encima con furor diabólico y alegría infernal, los mataban y con saña feroz los descuartizaban, los cortaban a pedazos y colocaban trozos de sus carnes en la punta de sus largas picas.

Luego se repetían las luchas entre ellos y con los pueblos vecinos. Después de observar las horribles matanzas, me dije:

-¿Cómo convertir a esta gente tan salvaje?

Vi entretanto en lontananza un grupo de otros misioneros que se acercaban a los salvajes con rostro alegre, precedidos de un pelotón de muchachos.

Yo temblaba pensando:

-Vienen para hacerse matar. Y me acerqué a ellos; eran clérigos y sacerdotes. Los miré atentamente y vi que eran nuestros salesianos. Los primeros me eran conocidos y, si bien no pude conocer personalmente a otros muchos que les seguían, me di cuenta de que eran también misioneros salesianos, precisamente de los nuestros.

-Pero, ¿cómo es esto?, exclamé.

Estaba decidido a no dejarlos avanzar y me dispuse a detenerlos. Esperaba que de un momento a otro corrieran la misma suerte que los anteriores. Quise hacerles volver atrás, cuando noté que su aparición había provocado la alegría en aquellas turbas de bárbaros, los cuales bajaron las armas, cambiaron su ferocidad y recibieron a nuestros misioneros con las mayores muestras de cortesía.

Maravillado de ello, me decía a mí mismo:

-íYa veremos cómo termina esto!

Y vi que nuestros misioneros avanzaban hacia las hordas de salvajes; les hablaban, y ellos escuchaban atentamente su voz; les enseñaban, y aprendían prontamente; les amonestaban, y ellos aceptaban, y ponían en práctica sus avisos.

Seguí observando y me di cuenta de que los misioneros rezaban el santo Rosario, mientras los salvajes corrían por todas partes, les abrían paso y contestaban con gusto a aquella plegaria.

Los Salesianos se colocaron en el centro de la muchedumbre, que les rodeó, y se arrodillaron. Los salvajes echaron las armas a los pies de los misioneros y también se arrodillaron. Y he aquí que uno de los salesianos entonó: Load a María; y aquellas turbas, todos a una voz, continuaron el canto tan al unísono y en tono tal, que yo, casi espantado, me desperté.

Tuve este sueño hace cuatro o cinco años, me causó mucha impresión, y quedé convencido de que se trababa de un aviso del cielo”.

Al principio, Don Bosco creía que eran los pueblos de Etiopía, luego pensó en los alrededores de Hong Kong, luego en las gentes de las Indias; solo en 1874, cuando recibió los más urgentes llamados para enviar a los Salesianos a Argentina, se dio cuenta claramente de que los salvajes vistos en sueños eran los indígenas de esa inmensa región, entonces casi desconocida, que era la Patagonia. 

InfoANS

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