El padre Silverio arribó al Ecuador en barco, luego de haber estado en alta mar durante quince días. Su desembarque fue en la Isla Puná donde lo recibieron el Inspector de esa época, Felipe Palomino y el padre Cayetano. "Ahí me entusiasmaron y animaron; empecé a ambientarme en Guayaquil, luego fui a Cuenca por un mes. Luego el padre Inspector me dijo que le acompañe a Limón, Morona Santiago; en ese lugar empezó mi labor en las misiones".
Llegó a la misión de Limón el 1 de diciembre de 1955; en su primer año pasó aprendiendo shuar y conociendo los diversos centros de la misión. "Poco a poco, uno iba transmitiendo lo que sabía y a la vez conociendo la cultura de ellos; me entusiasmaba el tener que caminar en medio de la selva, me fortaleció y me animó más; me entregué por completo".
Antes de cumplir un año fue trasladado a Gualaquiza y le encargaron la dirección de esa misión, que era como una parroquia. Con su habilidad realizó unos dibujos para la construcción de la capilla y las escuelas, e hizo tareas de arquitectura. Ahí pasó tres años, luego regresó a Limón por seis, en donde amplió la obra y empezó los trabajos de reestructuración y con mayor contacto con los shuar empezó a organizar los centros.
En una entrevista publicada en el Boletín Salesiano del 2011, el padre Silverio mencionaba que es importante no pensar en uno mismo sino en ayudar a los más necesitados. "El conocerse bien y entender la fe interior, no guardar egoísmos, sino darse a los demás; Jesús, nuestro Señor, nos invita a seguirle como apóstoles y esa es mi vocación. A veces los jóvenes están picando por un lado y otro, por curiosidad y falta de constancia; la decisión tiene que ser firme".
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