Acabamos de conmemorar el Día Mundial del Refugiado y la paz es el sueño que siempre expresa Gladys al hablar con ella. La guerra la había obligado a huir de su casa para buscar un futuro mejor lejos de la violencia. Sin embargo, no era el único sueño. Joven, mujer, madre, refugiada, pobre y viuda, Gladys dejó a su hijo, Martin, en su aldea de Sudán del Sur al cuidado de la abuela. Ese vínculo le permitía alquilar una moto y escaparse algunos fines de semana para estar con ellos.
Después de haber pasado por tres asentamientos de refugiados en su vida, el segundo sueño de Gladys era convertirse en conductora profesional. Por eso también era la única mujer en el curso de reparación de motocicletas que comenzó a impartirse en la Escuela Técnica Don Bosco. “No me importa que todos los demás sean hombres, quiero aprender a reparar motos para evitar peligros cuando viajo a Sudán del Sur”, comentaba. Tampoco le importaba salir de madrugada de su humilde vivienda en el asentamiento y andar más de 6 kilómetros para llegar puntual a sus clases.
Gladys ahora tiene 25 años y su hijo Martin 4. Formó parte de la primera promoción de la Escuela Técnica Don Bosco. Compaginaba sus estudios con el trabajo gracias una pequeña máquina de coser con la que conseguía ahorrar algún dinero para viajar los fines de semana. Al acabar las clases, su compromiso e implicación la llevaron a encargarse del almacén de los materiales en la escuela técnica.
En el documental “Palabek. Refugio de esperanza” es, junto a Alice, una de las protagonistas. De la mano del misionero salesiano Ubaldino Andrade, narran la vida en el asentamiento y la esperanza que les infunden los salesianos, que son los únicos que viven con ellos y como ellos dentro del asentamiento.
La historia de superación de Gladys cautivó a miles de personas al ver el documental y gracias a la ayuda de “Misiones Salesianas” y de “Jóvenes y Desarrollo”, pudo aprender a conducir y consiguió su licencia para manejar coches.
En las últimas semanas se presentó a un examen para conductores de la Oficina de las Naciones Unidas en Juba y la eligieron. Su alegría fue tan grande que regresó al asentamiento de refugiados de Palabek sólo para agradecerle a los salesianos la oportunidad que le habían dado con la educación en la Escuela Técnica Don Bosco.
La despedida fue un “hasta pronto”, porque Gladys – mujer, joven, pobre, refugiada madre y viuda, pero sobre todo una luchadora – quiere seguir en contacto con los salesianos y también cumpliendo sueños. El próximo reto: seguir estudiando para que su hijo Martin tenga un futuro mejor que ella y pueda vivir en paz.
Fuente: Misiones Salesianas
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