Además de agravarse y difundirse, la pobreza se diferencia también en nuevos tipos. Esto significa que el modo de ser pobres hoy no es el mismo de hace algunos años atrás. Además de agravarse y difundirse, la pobreza se diferencia también en nuevo tipos. Esto significa que se está forjando una nueva concepción de pobreza, que se podría definir “aporofobia”, tèrmino atribuido a Adela Cortina, filósofa contemporánea española, y que puede ser traducido como "adulteración o rechazo de los pobres". Esto determina una mentalidad de estigmatización social, alimentada por la indiferencia, que llega a aislar y marginar posteriormente a quienes ya son víctimas de un sistema económico no inclusivo.
La actualidad aún atravesado por la sombra de la pandemia, pide a quien está en mejores condiciones, que haga gestos concretos, creativos y eficaces para atenuar las desigualdades y hacer posible que los más pobres tengan una vida digna.
A quien es creyente, el Sucesor de Pedro recuerda que ponerse al servicio de los más débiles no es “una condición facultativa, sino una condición de la autenticidad de la fe que profesamos”.
La “globalización de la indiferencia”, que establece un estilo de vida egoísta y como consecuencia infeliz, tiene que ser superado por una cultura del cuidado, que debe surgir del propio ser, del otro, de la “Casa Común”.
Además de la pobreza material, el documento trata de la pobreza espiritual, que entretanto debe ser aliviada en el interior de una comunidad cristiana, a la luz de la fe y de las enseñanzas de la Iglesia.
Por lo tanto, como perspectiva existencial, el mensaje hace emerger el llamado necesario a la finalidad de la existencia (cfr. Sir 7,36), a la conciencia que “dentro de nosotros está la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida”, sea esa de quien los cumple que la de quien recibe. Y así el mensaje del Santo Padre por la IV Jornada Mundial de los Pobres, renueva la invitación constante a la solidaridad y al empeño con los más necesitados como un camino existencial, un camino de humanización y al mismo tiempo de trascendencia.
No se puede negar que el sentido de la vida implica el encuentro con los necesitados, ofrecer una sonrisa, tener una actitud respetuosa, acoger, escuchar, y como estos gestos demuestran que el prójimo es amado por el Señor de la Vida. Así las manos extendidas se vuelven un prolongamiento del corazón y en el abrazo de quien da el primer paso es posible ver, con alegría: el amor es el sentido de la vida y amar es vivir empeñados con Dios, consigo y con el prójimo.
Amós Santiago de Carvalho Mendes, SDB