Era jueves 11 de noviembre de 1875 en la iglesia de María Auxiliadora de Valdocco. Después del canto de las Vísperas y el Magnificat, Don Bosco sube al púlpito y esboza el programa apostólico de los que parten: comenzar con la evangelización de los emigrantes italianos y centrarse en la evangelización de la Patagonia. Concluyó con estas palabras proféticas: “... ¿Quién sabe que esta partida y este poco no sea como una semilla de la que tiene que brotar una gran planta? ¿Quién sabe si no es como un grano de maíz o mostaza, que se está expandiendo gradualmente y va a producir un gran bien?” Después Don Bosco abraza a los diez misioneros uno por uno. A cada uno le entrega una copia de las “Memorias a los primeros misioneros” que él mismo había escrito a lápiz en el cuaderno a su regreso de un viaje. Don Bosco acompañó a los misioneros a Génova, donde el 14 de noviembre se embarcaron en el vapor francés Savoie. Un testigo vio a Don Bosco todo rojo por el esfuerzo por contener las lágrimas.
Esta escena, tantas veces narrada, ha quedado en nuestra imaginación popular salesiana. Pero también quedan las preguntas de muchos: ¿La actividad misionera sigue siendo válida hoy? No tenemos suficientes Salesianos ni siquiera para nuestra Inspectoría, entonces ¿por qué enviarlos como misioneros a otros países?
Dado que Dios quiere que todos se salven, todos tienen derecho a conocer a Jesucristo. Por tanto, la posibilidad de conocer a Jesús debe ponerse a disposición de todos de forma concreta. De hecho, se exhorta a todos los discípulos a predicar el Evangelio en todo momento y lugar (Mt 28,19-20), para que todos descubran “las inescrutables riquezas de Cristo” (Ef 3, 8). Sin embargo, todos somos conscientes de que incluso hoy, como en el pasado, muchas personas no conocen a Jesús, ni tienen la posibilidad de conocerlo o aceptarlo. Por eso, hoy más que nunca, la Iglesia está llamada a estar “en salida”, con la misma disposición a escuchar la voz del Espíritu y a encenderse por el mismo ardor y coraje misionero que inspiró a los misioneros del pasado (Redemptoris Missio 30; Evangelii Gaudium 24).
Nuestra vocación salesiana nos sitúa en el centro de la Iglesia (Const. 6) “que es misionera por su propia naturaleza” porque “es enviada a las naciones” (Ad Gentes 2). Don Bosco concibió su Oratorio con una perspectiva misionera para los jóvenes pobres y abandonados sin parroquia. Animado por el celo misionero, lanzó otras iniciativas: la imprenta, las Lecturas Católicas, el Boletín Salesiano y fundó la Sociedad Salesiana, las FMA, los Salesianos Cooperadores y la ADMA. Finalmente, abrió una página completamente nueva en la vida de su joven Congregación enviando a los misioneros salesianos en 1875 y a las FMA en 1877. Don Bosco transmitió este ardor misionero a su familia religiosa. Así, los Capítulos Generales SDB XIX y XX destacaron que el ejemplo de Don Bosco indica que el compromiso misionero es parte de la naturaleza y finalidad de nuestra Congregación (CG 19, 178; CG20, 471).
Los misioneros, por tanto, no son los que sobran entre los numerosos hermanos de la Inspectoría. Ni son con los que nos quedamos porque “aquí necesitamos hermanos”. El misionero salesiano es un hermano que responde a su vocación misionera dentro de su vocación salesiana. De hecho, nuestro envío misionero cada año es la expresión concreta de nuestra fidelidad al espíritu y compromiso misionero de Don Bosco.