Augusta es una de ellas. Era una niña de nueve años que se prostituía en las calles de Freetown, la capital de Sierra Leona (África occidental), pero siendo una joven de diecinueve años se presentó ante la Comisión Europea para la Protección de la Infancia en Bruselas con la cabeza bien alta e hizo que el gobierno de Sierra Leona reconociera oficialmente la existencia de la explotación infantil y la penalizara.
Todo ocurrió porque una noche Augusta paso con una amiga y se detuvo ante la furgoneta de los Salesianos a tomar café. Los Salesianos se estacionan todas las noches en las afueras de Freetown, en una zona donde suelen encontrarse con los chicos y chicas que se venden para sobrevivir. Los Salesianos les ofrecen algo de comer, les dan, si necesitan, asistencia médica y cuando es necesario obtienen ayuda legal.
Después de conocer a los Salesianos, Augusta decidió hacer un cambio radical en su vida: decidió dejar la calle, a sus amigos y renunciar a la única forma que conoce de ganar dinero. Así comienza un proceso de reintegración social: reanuda sus estudios y comienza con la ayuda de profesionales a curar las profundas heridas psíquicas y espirituales que marcan su alma.
Esta joven no tiene perfil mediático, no tiene el tipo de una Star y no es una influencer de las redes sociales: es una joven de sonrisa abierta y brillante, que tras la apariencia de una chica normal esconde a una heroína de nuestro tiempo que, gracias a la valiente decisión de contar su historia y denunciar la violación de sus derechos, ha sido el motor de reformas que han salvado a otros miles de niños abusados por adultos y víctimas del comercio sexual. No es capaz de discursos brillantes ni de signos grandilocuentes a los cuales estamos habituados, habla con sencillez pero sus palabras tocan el corazón de sus oyentes.
Augusta vino a Roma a visitar al Papa, se encontró con el superior salesiano, Don Ángel Fernández Artime, que le regaló una estatua de Don Bosco. Le confió su sueño: abrir un pequeño restaurante en Freetown y poner allí la estatuilla de Don Bosco para que sus clientes lo conocieran.
Porque ya en 2016, junto con otras chicas que habían dejado las calles, dirigía un pequeño negocio de catering en su casa.
Pero las estrellas, como los sueños, tienen una vida corta.
El pasado 6 de junio, a causa de Covid-19, y del SIDA ya contagiada de niña en las calles de la ciudad, la venció a los 23 años. Dejando en todos nosotros el sabor amargo de la derrota y el sentimiento de una obra inacabada.
La estrella Augusta ha caído y, según la tradición, yo también pido un deseo, que comparto con vosotros. Deseo que nazcan muchas niñas valientes y auténticas como Augusta, que nos recuerden que es posible romper las cadenas que aprisionan a los más desposeídos de nuestra sociedad, que podemos barrer las leyes injustas y luchar por la justicia en nuestra vida diaria, con la única seguridad que Dios lucha a nuestro lado.
Porque sabemos dónde van las estrellas fugaces, como Augusta.
En las acogedoras manos de Dios.
En las traducciones del video se pueden en “impostar subtítulos” en la parte inferior derecha del video en las siguientes lenguas: italiano, inglés, francés, español y alemán.
