Todas las familias lloran algún muerto, pero en todo este tiempo los Salesianos han permanecido en sus obras de Alepo, Damasco y Kafroun al lado de la población y, especialmente, de los jóvenes y de sus familias.
Maher Al Saloom es solo un ejemplo de lo que han vivido miles de jóvenes de los ambientes salesianos en Siria. Tiene 24 años y vive en Damasco. Es el segundo de tres hermanos. Tendría que haber hecho el servicio militar, pero un problema del corazón lo exoneró.
Su vida cambió el 17 de abril de 2013. “Estaba preparando mi examen final de Bachillerato. Mi padre decía que no lo aprobaría y faltaban pocos días para el examen. A las siete de la mañana estaba repasando Física cuando sonó el teléfono. Me dijeron que mi padre había sufrido un accidente, pero cuando fui a casa de mis tíos la verdad era que estaba muerto”, recuerda emocionado Maher.
Ese día no tuvo fuerzas para volver a casa y fue al Centro Juvenil de los Salesianos: “Cuando entré en la iglesia estaban todos los salesianos y, desde ese momento, tengo otro padre en ellos, porque me ayudaron siempre para que pudiera seguir estudiando y superara las dificultades que se me presentarían”.
Después del entierro Maher estudió como un regalo a su padre “y saqué buena nota, aunque también comenzaron las dificultades en casa porque dejó de entrar dinero. Ahí empezó la guerra interna para mí, que es más fuerte que la de las bombas. Había que pagar el entierro, la universidad. Los Salesianos nos ayudaron mucho como a tantas otras familias. Todo lo que soy se lo debo a ellos”.
El episodio más duro de su testimonio es que le entregaron la bala que mató a su padre y, al tenerla entre sus manos, se dirigió a un salesiano y le dejó sin palabras: “Este proyectil cuesta 15 liras (0,03 euros); te doy el dinero que quieras si me devuelves a mi padre vivo…”. Desde aquel momento Maher no ha parado de estudiar. “El centro juvenil es mi casa, me lo dio todo cuando perdí lo que más quería, me ayudó a superar las dificultades”.
Fuente: Misiones Salesianas