Por: Bonaventure Ifeanyi Ughonu, SDB
Misionero nigeriano en Austria
Veamos el Antiguo Testamento. Leemos, cómo Dios despidió a Abraham y más tarde logró que los israelitas salieran de la esclavitud a través de Moisés. En Gn 12,1-2 está escrito: “El Señor dijo a Abraham: Sal de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. Yo te haré un gran pueblo y te bendeciré, haré grande tu nombre y te convertiré en una bendición”.
Un pasaje similar se encuentra en Éxodo 3,7-8: “El Señor dijo: He observado la miseria de mi pueblo en Egipto y he oído su clamor a causa de sus vigilantes, porque conozco sus sufrimientos. Bajé para liberarlo de la mano de Egipto y sacarlo de este país a un país hermoso y espacioso, a un país donde fluye leche y miel”.
Abraham fue enviado a un nuevo país. Allí se suponía que iba a fundar el pueblo de Dios. Moisés también escuchó la voz de Dios y así llegó a la Tierra Prometida. Muchos profetas han tenido que partir de sus tierras e irse a tierras lejanas. Por ello, creo que la historia de Navidad es una experiencia de éxodo.
La encarnación de Cristo es un milagro y un secreto. Es también un éxodo del Cielo a la Tierra, porque Dios quiere salvarnos. Él misericordioso y lleno de amor, así que vino a salvarnos, así como salvó a los israelitas del pasado.
La Navidad también nos invita al éxodo de nuestras seguridades a favor de los pobres y los extranjeros. Esto requiere tanta compasión como Dios tuvo con los más pobres. Por supuesto, debemos celebrar con nuestras familias y amigos, pero este Jesús, a quien celebramos, nos espera incluso en aquellos que no tienen nada ni nadie con quien celebrar.
¿Estás dispuesto a hacer un éxodo -como Jesús- y partir en búsqueda de los otros, de tus vecinos, de las personas sin techo, ir hacia donde los jóvenes de las calles? SI al menos, pensaste en salir y cambiar de vida, Jesús llegó a tu vida: ¡Feliz Navidad!