Casado y con dos hijos pequeños, en cuanto Robert Ocan escuchó que los disparos de los rebeldes provenían del centro de la ciudad fue capaz de organizar la huida de él con su familia, pero también de casi 7.000 personas más. Gracias a su teléfono móvil avisó a los profesores de la escuela para que llevaran los niños hacia el monte mientras él escapaba en dirección contraria a la que avanzaba la muerte y los saqueos de cuanto encontraban a su paso los militares.
“Apenas descansamos 3 horas aquel día, todo fue andar por veredas y caminos secundarios, escondidos de las carreteras habituales. Intentamos que nadie se quedara atrás a pesar de haber huido con lo que llevábamos puesto en ese momento y no tener ni agua, ni comida”, recuerda Ocan.
Robert ya había tenido que huir en otra ocasión, con sus padres, durante la guerra de independencia en Sudán. “Por eso huir fue un acto reflejo, pero quería que el menor número de gente posible muriera o sufriera la violencia de los rebeldes”, recuerda. También en aquella ocasión acabó en un campo de refugiados.
Al llegar a la frontera de Uganda en esta ocasión todo fue más sencillo porque es un país acogedor con los refugiados. “Autobuses de Acnur nos trasladaron a Palabek, el último asentamiento de refugiados que se acababa de abrir en el norte de Uganda”.
Desde entonces, las personas que huyeron con él, y otras que fueron llegando y que en la actualidad suman más de 53.000, conviven en el asentamiento de refugiados de Palabek divididos en diferentes zonas por afinidades geográficas o culturales y con Robert como representante de los refugiados ante las autoridades del Gobierno de Uganda.
“Robert es el mediador ante cualquier conflicto que exista entre los refugiados, pero también la máxima autoridad de los refugiados ante quienes dirigen el asentamiento. Tiene continuas reuniones con las autoridades de Naciones Unidas y de la Oficina del Primer Ministro y recorre habitualmente todo el asentamiento para comprobar que todo está en orden”, explica Mariatzu, una refugiada que llegó de Pajok con él.
Robert Ocan es un refugiado más y no percibe ningún salario por su labor, pero además de su trabajo voluntario también está implicado en todos los proyectos educativos que los Salesianos han emprendido en el asentamiento de Palabek.
El joven refugiado destaca que “soy optimista y tengo esperanza en la paz porque Don Bosco está ayudando a crear una nueva generación de jóvenes: la generación que trae la paz. Don Bosco ofrece capacitación, ofrece un gran servicio humanitario y pastoral y, lo más importante, nos da esperanza en el futuro y confianza en nuestras capacidades”.
Su sueño, como el de todos los refugiados, es regresar a Sudán del Sur, pero reconoce que “para eso habrá que esperar unos años. No es suficiente que se firmen acuerdos de paz para que la paz llegue. Tienen que cesar los disparos, celebrarse elecciones, reconocer a quien gane, formar un gobierno y empezar a trabajar todos juntos por la paz, y para eso aún tienen que pasar al menos cinco años”, reconoce.
Fuente: Misiones Salesianas