Los alumnos han comprendido las dificultades que afrontan los refugiados cada día en el asentamiento tras dejarlo todo en Sudán del Sur y huir con lo puesto, y en muchos casos se han comprometido a emprender iniciativas solidarias para poder ayudarlos. Además, han tenido la oportunidad de trabajar los materiales didácticos que, sobre el documental y la temática de los refugiados, ha elaborado el departamento de Educación para el Desarrollo de la ONG salesiana Jóvenes y Desarrollo.
Desde Santander hasta Málaga y desde Salamanca hasta Valencia, pasando por todos los centros salesianos de la capital de España y numerosos del resto de comunidades autónomas, miles de adolescentes y jóvenes estudiantes salesianos han empatizado con las dificultades y el día a día de dos jóvenes como ellos, Gladys y Alice, las protagonistas del documental Palabek. Refugio de esperanza. Asimismo, se han sobrecogido y a la vez solidarizado con las explicaciones del misionero salesiano que vive con más de 50.000 refugiados en el asentamiento de refugiados ubicado en el norte de Uganda.
El padre Uba siempre comienza sus charlas contando de dónde viene su nombre entre las sonrisas de los alumnos que se tornan en carcajadas: «Tengo un nombre muy largo, porque en realidad son siete nombres. Me llamó José Ubaldino Andrade Hernández de la Concepción Palacios y Torres, así que al llegar a Sierra Leona hace 21 años los niños de la guerra que no sabían traducirlo cortaron el segundo y me empezaron a llamar Uba. El problema fue al llegar a Palabek, hace dos años, porque al decir mi nombre se reían y me preguntaban si ése era mi nombre. Al final entendí que en una de las lenguas, el acholi, cuando ellos dicen ‘ubaa’, significa ‘rata’, así que allí entre ellos se estaba presentando el padre rata…».
Uba explica siempre a los alumnos la diferencia entre un asentamiento y un campo de refugiados: «El campo es como el patio de vuestro colegio y de allí no se puede salir pero viven 100.000, 200.000 y hasta 300.000 personas. Palabek es un asentamiento de 20 kilómetros de ancho por 20 de largo y donde a cada unidad familiar se le da un terreno de 30 metros por 30 metros para que construya su choza y pueda plantar algo».
Sin embargo, la guerra lo condiciona todo: “Huyen con lo puesto de la guerra y de una muerte segura, y dejan atrás su vida: su familia, su trabajo, su ropa, su casa… llegan sin nada para empezar de cero y así tienen que sobrevivir con dificultades para conseguir agua, sin dinero y con una cantidad de comida insuficiente que les dan una vez al mes y es siempre la misma”, cuenta Uba mientras fotos de él en el asentamiento se proyectan en la pantalla.
En el asentamiento hay sobre todo mujeres y niños que huyeron de la guerra andando por la noche hasta llegar a la frontera. «Pero a pesar de todo, siempre están alegres, sonríen, quieren hablar, saludan, comparten lo poquísimo que tienen y los más pequeños aprecian muchísimo la educación», recuerda Uba ante la admiración de todos. No llevan nada al colegio porque no hay lapiceros, ni cuadernos ni mochilas y tienen que andar muchos kilómetros en algunos casos para llegar a la escuela, pero los Salesianos dan de desayunar y de comer a todos los niños que van a las escuelas en el asentamiento, y que son 13.000.
Por último, el misionero salesiano recuerda cuatro formas de ayudar a los Salesianos y a los refugiados en Palabek: «La primera es con la oración, que hace milagros; la segunda es pasar el mensaje y comprender que cuando hablamos de refugiados, migrantes o menores no acompañados no son personas sospechosas, ladrones o terroristas como dicen algunos, sino que huyeron para salvar la vida; la tercer forma de ayudar es con dinero o con iniciativas solidarias como escribir cartas en inglés para los niños de allí, o grabar un vídeo y enviarlo a través de Misiones Salesianas o Jóvenes y Desarrollo… y la cuarta, para cuando seáis un poco más mayores, es que vayáis a Palabek como voluntarios, os esperamos allí y os garantizo que os cambiará la vida», concluye el salesiano.