Al recordar los momentos vividos, el rostro de “Eli”, como la llamaban de cariño las personas, evoca una sonrisa elocuente. Ella confiesa que el inicio no fue fácil, pues las diferencias culturales fueron una barrera que en ocasiones le hicieron dudar de la decisión tomada; sin embargo, durante su caminar encontró la respuesta al por qué Dios la puso en ese lugar.
El hecho de conocer de primera mano las necesidades de la gente, impulsó en ella la convicción de hacer algo más por la gente de la comunidad y no ser indolente a la realidad. “La cocinera de la comunidad me contó que no podía llevarle a su esposo al hospital por falta de dinero, luego de sufrir un accidente en moto. Pude mirar de cerca su situación y eso me afectó mucho; entonces, comencé a compartir estar historias en mi Facebook y por correo electrónico”.
Las respuestas de varias personas de su país natal fueron inmediatas y comenzó a recibir más dinero del que esperaba, por lo cual no solo ayudó a la persona que estaba delicada de salud, sino que también empleo esos recursos para construir pequeñas casas, arreglar techos de viviendas, colaborar con los materiales para el funcionamiento del oratorio y dotar de duchas para los beneficiarios de la residencia estudiantil. Ahora tiene como meta crear una fundación para continuar el trabajo iniciado y beneficiar a muchas más personas.
Al ser consultada sobre cuál es la experiencia más bonita que recuerda, “Eli” se toma un tiempo para pensar y responde: “El hecho de abrir mi corazón al vivir con gente humilde, pues es una situación que no se vive en mi país natal. También la conexión emocional que pude establecer con las personas”.
Y la habilidad para cocinar, especialmente para hacer pasteles y galletas, fue el puente para relacionarse con otras personas. Fue así que le invitaron a dar cursos en algunas comunidades y pudo compartir este don, que lo heredó de su madre, con un grupo de niños discapacitados de la ciudad de Guaranda.
Eliška también se desempeñó como profesora de inglés para más de 200 niños y niñas indígenas; fue instructora de manualidades en el oratorio y ayudante de cocina en la comunidad y en un comedor para adultos mayores que acogía a un promedio de 50 personas.
Antes de emprender el viaje de retorno, ella quiso compartir lo que dejó en su vida esta etapa de voluntariado que la experimentó en una tierra ajena, pero que hizo suya con el pasar del tiempo.
¿Cuál es el legado que deja Eliška?
Yo vine sin una experiencia religiosa, pero con el corazón abierto y los niños son muy sensibles a esto. En las escuelas siempre hubo una reacción bonita de ellos. Al ser diferente al resto, seguro me recordarán porque hablaba inglés, checo y porque hacía pasteles. Otra cosa que me llevo es la amistad de las mujeres que trabajan en la comunidad.
¿El momento más duro que viviste?
Al principio lo más duro fue el idioma y como no soy católica, ir descubriendo de a poco esta parte en mí. También, la experiencia de vivir en comunidad, con los voluntarios que soy muy jóvenes y no sentirme sola pues mi mentalidad y experiencias de vida eran diferentes.
¿Ahora eres católica?
No siento que conocí tanto para estar segura de hacerme católica, porque yo tengo fe y creo en Dios, pero a mi manera fuera de la iglesia. Esto es nuevo para mí, pero si cambió mi forma de pensar porque yo tenía prejuicios, y descubrí que la realidad es distinta.
¿Cómo aportaron los salesianos?
Yo no sabía que era vivir en comunidad, y es interesante ver cómo funciona esa relación entre hermanos, las dificultades que atraviesan y las maneras que buscan para cooperar entre todos.
¿Qué les dirías a otras personas para que hagan esta experiencia?
De todas las experiencias, tanto de trabajo y estudio, ninguna me dio tantos aprendizajes como el voluntariado. Te abre la mente y es algo que no se puede conseguir en ningún lugar. Es importante pensar que no todo es dinero, sino en aquello que uno hace porque es lo correcto; ahí se descubre el potencial de uno.
Una palabra a la comunidad que te acogió…
Gracias por aceptarme, por estar conmigo en los tiempos buenos y en los malos también, esta experiencia me llevaré hasta la muerte. No sé cuándo regresaré, pero de seguro volveré al Ecuador.
Por: Cristian Calderón