El pensador Chileno Cristián Warnken nos ayuda a situar nuestra mirada en la “desertificación” como experiencia a diversos niveles cuando afirma:
Yo sé que ustedes están preocupados del cambio climático. Tal vez sean sus hijos de los últimos que puedan conocer y disfrutar la Tierra tal como la conocemos y amamos hoy: con sus primaveras, inviernos, veranos y otoños estables, claros, distintos. Tal vez ustedes sean los últimos en escuchar los cantos primaverales de las golondrinas en nuestros jardines.
Continua diferenciando desertificaciones:
Hijos, ustedes mismos todos los días me obligan a reciclar los papeles, separarlos de los plásticos, me hacen tomar conciencia de los pequeños gestos para cuidar este frágil planeta. Pero, hijos, maestros míos en muchos sentidos, eso no basta. Porque esa desertificación es el resultado de otra, más profunda e invisible: la desertificación interior. No sacamos nada con separar la basura reciclable del plástico y materiales tóxicos si no lo hacemos también adentro de nosotros mismos.
Es una gran verdad que:
La desertificación interior crece cuando perdemos la capacidad de asombro, cuando no nos maravillamos ante una nube que pasa, cuando nos olvidamos de abrazar un árbol, cuando creemos que todo se puede comprar y vender, cuando a todos le ponemos precio, y el reino de la cantidad es más importante que el reino de la gratuidad. ¿Gratuidad? Sí, lo más esencial, lo que nos puede salvar como especie es gratis, es un don, un regalo. Todavía no le han puesto precio a las estrellas ni al aire... todavía no se venden en el mercado los abrazos que nos damos antes de dormirnos o al despertar.
Por eso estamos invitados a discernir:
Pero miren alrededor, el hombre ya está haciéndose esclavo de sus propios inventos, y lo peor de todo: cree que es más libre que nunca. En suma, hijos, hay dos desiertos que avanzan: el de afuera y el de adentro. Pero el de adentro es el que más me preocupa, porque es muy fácil no verlo. Sobre todo hoy día, en que pareciera que lo tenemos todo....
La reflexión de este escritor nos permite concluir que los jóvenes deben aprender a cultivar el jardín interior, pues no les viene dado de antemano el sentido de la propia existencia; sino que es necesario descubrir la belleza del espíritu. Tarea no fácil en una cultura utilitaria de la superficialidad, exhibicionismo, descarte e inmediatismo. Sin embargo, da esperanza constatar en nuestros jóvenes el deseo de fundar relaciones de encuentro, el dar valor a la vida en todas sus expresiones, la búsqueda de una espiritualidad para el desarrollo de la vida personal y el deseo de trascender en cada momento los hitos ya alcanzados.
Por supuesto que en cuanto adultos, padres y formadores, necesitamos revisar si no estamos transmitiendo “desiertos” interiores en lugar de “jardines” espirituales. La bella tarea de hacer de nuestras vidas lugares de alegría porque vivimos a profundidad la vocación recibida es el mejor modo de superar el avance del “desierto”. ¡No dejemos avanzar la desertificación en nuestro mundo!
(Cristián Warnken , Emol 13/9/2018)