Los jóvenes componen un nuevo sujeto social ligado a la comunicación, la simultaneidad, las nuevas tecnologías de redes y la interfaz. Por eso, la forma de establecer vínculos y mantener relaciones se torna flexible y líquida, porque están interconectados sin necesidad de habitar un espacio y transcurrir en un tiempo. Barbero afirma que la cultura se encuentra configurada “por tres dimensiones: el espacio del mundo, el territorio de la ciudad y el tiempo de los jóvenes”. Habitan múltiples espacios y manejan diversas temporalidades moviéndose en un tiempo atemporal.
Como nativos de la época, los jóvenes manejan los elementos necesarios para desenvolverse en el entramado de la cultura actual. Nacieron en la cultura digital y de las redes. Las mutaciones en el lenguaje, el ordenamiento mental de la información, la atención múltiple y diversificada, las dimensiones de espaciales y temporales, deben ser variables para pensar cómo se conforma este nuevo sujeto juvenil en el marco de las redes. Que nos conectemos con un joven a través de las nuevas tecnologías comunicacionales no quiere decir que podamos aprehender sin decodificar, el modo de percibir y desarrollarse en esa cultura. Estar conectados no significa compartir efectivamente su código. Los adultos somos extranjeros, ante una lengua nueva y sus rituales; con lo cual es necesario encontrar códigos interpretativos comunes. No basta con manejar las mismas herramientas disponibles.
Las maneras adulto céntricas de referirse a los modos de estar de los jóvenes no hacen más que dejar a los adultos en la perplejidad ante los cambios sin poder articular otra propuesta que no sea apologética. Muchos adultos afirman que los jóvenes no se comunican y que usan las tecnologías sólo con una finalidad recreativa e instrumental. Más allá de la cara y el rostro o el contacto directo, los jóvenes se comunican desde otro paradigma, viven hiperconectados y desarrollan distintos niveles comunicación no direccional. Construyen su subjetividad en las tecnologías de la comunicación, de las redes y de las interfaces.
Porque los procesos de mutación social, los cambios culturales y la revolución tecnológica “expanden de forma exponencial por su capacidad para crear una interfaz entre los campos tecnológicos mediante un lenguaje digital común en el que la información se genera, se almacena, se recobra, se procesa y se transmite”. El campo de la comunicación se presenta de una manera compleja en la que entrelazan los jóvenes, nuevas formas de vincularidad y la construcción social de la identidad. Además de las dificultades en la accesibilidad hay una diferencia de capital cultural que inhabilita la disponibilidad de los recursos de las comunicaciones, interconexiones e hipervínculos. Los que tienen acceso a los consumos culturales como los que no tienen acceso a ellos, son destinatarios de unas propuestas pastorales que se encuentran en las fronteras de la misión eclesial. Tanto unos como otros sujetos juveniles viven en el medio de la fluidez de la información, las redes sociales y la comunicación mediada.
Los jóvenes habitan las tecnologías de las redes, están en el ecosistema de las redes y, por lo mismo, es que pueden asumir rápidamente el cambio de época. Para ellos, la coexistencia de lo real con lo digital no representa un problema. No son sólo tecnologías, son formas de articulación de lo social. Porque las relaciones en las redes son parte de la constitución de la subjetividad y son un asunto de la cotidianidad. Las redes son parte de la vida de los jóvenes y de nosotros sus contemporáneos, aunque nos cueste.
Las redes constituyen el nuevo escenario de lo subjetivo y del entramado vincular que allí se produce y reproduce. Si queremos pensar la praxis pastoral tendiendo redes en las redes, será necesario situarnos desde los jóvenes para comprender sus demandas y sus formas de vinculación; y así repensar los marcos interpretativos y las propuestas.