El secreto de Don Bosco probablemente estaba en sus sueños. Delante de un muchacho vagabundo o sin familia, no veía lo que veían el común de los mortales: un futuro criminal, y tipo que no hace nada. Don Bosco veía “soñaba” en el adulto que ese joven podría convertirse: en un maestro de trabajo, con habilidades técnicas y con cualidades humanas.
Los jóvenes siempre estuvieron en primer lugar, no solo en su corazón, sino también en su vida diaria. Recuerdan que Don Bosco tenía dos razones para interrumpir sus conversaciones más importantes: si el Papa lo llamaba o si un muchacho lo necesitaba porque tenía problemas.
Entre las muchas actividades a las que se dedicó fue principalmente a su oratorio, al desarrollo de su obra, a sus deberes como sacerdote, a la caridad con los pobres y la búsqueda a la búsqueda de sus benefactores; pero siempre dejaba un espacio para el diálogo directo con sus hijos, con los muchachos, escuchando sus historias y sus experiencias, dando consejos, y ofreciendo “palabra al oído” que podía tranquilizar ansiedades y temores entre sus jóvenes.
Desde muy joven fue capaz de absorber algo bueno donde quiera que estaba rodeado. Aprendió los trucos de acróbatas para impresionar a sus compañeros, aprendió el duro trabajo en el campo, aprendió de las experiencias dolorosas como el asistir a las prisiones y ayudar a los condenados a muerte. Todo esto lo llevó a madurar una extraordinaria riqueza de experiencias que lo utilizó en su tarea como educador.
En una época en que muchos hombres de la iglesia se mostraban distantes a la gente pobre y a los jóvenes, Don Bosco encarna la cercanía, la proximidad, la Iglesia “en salida”, y va en busca de los últimos y de los olvidados. El trabajo salesiano nació de su dulce enfoque hacia un muchachito golpeado y botado de la sacristía donde Don Bosco debía celebrar la Misa, y el nombre de aquel jovencito se le quedó grabado en su corazón: Bartolomé Garelli. Hoy, muchas personas y miles de familias envían a sus hijos simplemente “al Don Bosco”, porque su nombre inspira, su nombre abre corazones, su nombre educa, su nombre llama a la Santidad.
Han pasado 203 años del nacimiento de Juan Bosco, un 16 de agosto de 1815 nació en un pueblito llamado I Becchi y este santo, el Padre de los jóvenes, sigue siendo tan actual como hace siglos.