Desde el inicio, comenzando por los primeros hijos de don Bosco y durante más de 150 años hacemos camino junto a los jóvenes de todo el mundo. Actualmente estamos presentes en 132 países y son miles los salesianos que comparten las alegrías y esperanzas de millones de jóvenes.
Nuestra presencia planetaria nos hace cada vez más conscientes que nuestros jóvenes están viviendo un momento especialmente complejo: para los jóvenes de hoy es cada vez más difícil encontrar su lugar en la sociedad, viven una profunda de crisis de identidad, se sienten desplazados, solos y traicionados en sus expectativas de futuro.
Estas incertidumbres y crisis nos interpelan y nos preocupan porque nuestra existencia está ligada a ellos de manera semejante a la de un padre con sus hijos y no podemos ser indiferentes lo que ocurre con sus vidas. Don Bosco lo expresaba de manera magnífica: “por ustedes estudio, por ustedes trabajo, por ustedes estoy dispuesto a morir”.
Nos sentimos interpelados por sus necesidades y nos preguntamos una y otra vez cómo servirlos mejor, cómo caminar junto a ellos sin perder el paso. Por esta razón compartimos plenamente el llamado que el Papa Francisco ha hecho a la Iglesia de confrontarse con la realidad juvenil, porque siempre hemos sabido que ellos son ‘savia nueva’ y que sus sueños son el motor de la historia.
En nuestra experiencia de educadores y pastores la escucha de los jóvenes ocupa un lugar importante, adquiriendo características singulares. La escucha salesiana se funda y tiene su punto de partida en el amor (amorevoleza), por lo tanto “se escucha sin prejuicios, sin supuestos, sin exigencias y así se da espacio para poder dialogar desde la espontaneidad”, desde el corazón sin miedo.
El escuchar en esta clave salesiana además tiene un segundo momento tan esencialmente y se encuentra ligado al primero y se da en nuestro interior: es el momento de la reflexión en presencia de Dios, el momento de dejarnos interpelar y cuestionar con humildad a partir de los deseos, expectativas e incertidumbres de nuestros jóvenes interlocutores. En ellos vemos una chispa divina. “Los jóvenes son nuestra salsa ardiente”, Dios nos habla por medio de ellos.
El Filósofo Humberto Maturana dice: Para que el amar eduque hay que amar y tener ternura. El amar es dejar aparecer. Darle espacio al otro para que tenga presencia. “Queremos ser siempre - escribe San Pablo – colaboradores de tu alegría" (2 Cor 1,24).