"El 24 de febrero de 2022, mi vida, la de los miembros de mi familia y la de tantos ucranianos cambió trágicamente. Una terrible guerra se avecinaba en nuestro país... Cada uno tenía sus propios planes para ese día, pero nada salió como estaba previsto", comienza la mujer, madre de dos niñas pequeñas.
El anuncio del estallido de la guerra le llega al despertarse, de manos de su padre -anciano y enfermo-, como un relámpago, en un día que exteriormente parecía tranquilo y soleado. Y, sin embargo, lo es: oye el discurso del Presidente instaurando la ley marcial y ve las imágenes de los primeros misiles cayendo sobre el país.
En un primer enfrentamiento familiar se pregunta qué movimientos hacer inmediatamente. "Ir a la tienda. En ese momento, lo más importante parecía ser encontrar comida. Mientras tanto, el continuo flujo de noticias sobre la guerra no me permitía calmarme y el sonido de las sirenas y las alarmas parecía resonar continuamente dentro de mi cabeza. No sabía qué hacer, pero tenía una gran responsabilidad: dos hijas y un padre anciano con muchos achaques", cuenta la joven madre, que también detalla la angustia de las primeras noches pasadas prácticamente en vela.
Y luego, los interminables momentos pasados en el frío sótano, con vecinos, ancianos y animales que, día tras día, se convertían en miembros de la familia, con los que compartían el miedo al ruido de un avión ruso y las vibraciones de una explosión que no solo se sentía en los cristales, sino que sacudía todo el edificio. "Y te preguntas cuándo acabará este ruido para ti y tu familia", continúa.
Rodeada por una escuela destruida, el hospital con las ventanas rotas y los edificios circundantes mutilados, Yulia recibe constantemente consejos de huida de familiares y conocidos. "Sin embargo, por dentro sientes una fuerte resistencia, porque no quieres irte", explica.
Entonces, el 8 de marzo de 2022, por la noche, un colega, por el que tiene en gran estima, la llama por teléfono y le dice: "Yulia, mañana te vas a Polonia con tu familia. No te lo pido, te lo digo". Gracias a los salesianos que trabajan en la escuela local, Yulia finalmente se marcha y llega a Polonia al día siguiente. "No te preocupes, ahora estás a salvo", son las primeras palabras que escucha del guardia fronterizo en territorio polaco. Por fin puedo respirar aliviada", continúa la mujer, "pero es solo una calma exterior. Dentro de mi corazón sigue habiendo guerra".
Tantos meses después, ahora huésped en un nuevo país, Yulia concluye contando lo que significa ahora este exilio forzoso. "Cuando te ves obligado a abandonar tu hogar, echas de menos todas las pequeñas cosas que son tuyas: echas de menos el juguete favorito de tu hijo, la ropa que tú misma cosías, e incluso el desorden que había en casa, que a menudo generaban los más pequeños. Echas mucho de menos a tus familiares, a tus amigos, a tus compañeros de trabajo. Y te da miedo estar a mil kilómetros de casa y saber que tu marido sigue allí. Y te da miedo llamar y escribir mensajes, porque una no respuesta podría significar algo terrible".