Educar no es solo transferir nociones e instruir: educar es despertar, estimular, promover. Hoy, en las miles de misiones alrededor del mundo, el sistema educativo salesiano acostumbra a los más jóvenes a enfrentarse y crecer, les ayuda a leerse a sí mismos para afrontar su futuro de manera decidida lejos de la pobreza, de la calle, del hambre.
Como deportista, la ex campeona mundial de salto en largo y madre de dos jóvenes atletas talentosos, Fiona May, testimonial de la Oficina de Misión Salesiana de Turín "Missioni Don Bosco", ha creído durante años en el deporte como una herramienta fundamental para el crecimiento de los niños, niñas y adolescentes. El deporte para Fiona significa “participar y respetar a los demás, significa compromiso y determinación, tener espíritu de equipo, capacidad de relacionarse y gestionar la derrota”.
Con estas palabras y este espíritu hace un año y medio el testimonial de "Missioni Don Bosco" eligió conjugar solidaridad y deporte. Decidió partir para su primer viaje misionero a Mekanissa, una misión salesiana en el barrio pobre de Addis Abeba. Allí, en el Centro Don Bosco, un hogar para más de 400 niños de la calle, entre una visita, una lección a los niños, una charla con Don Angelo Regazzo, misionero salesiano, Fiona jugaba con decenas de jóvenes del Centro, les enseñaba los conceptos básicos del salto en largo, acompañándolos en sus días deportivos y de recreación.
En ese lugar, un Centro que cuenta con 30 años de actividad, un hogar diseñado para acompañar a los niños más pobres y solitarios, Fiona May conoció de primera mano el gran programa de la Familia Salesiana en el mundo. Un programa que consta de muchos proyectos de educación, formación, acogida y promoción de la mujer, proyectos de protección de los derechos de la infancia, que Fiona apoya con su compromiso. Pronto volverá a visitar estos lugares personalmente, luego de su paréntesis como enviada a Tokio para los Juegos Olímpicos 2020-2021. Un símbolo, este último, del deporte mundial, un evento deportivo que desde 1896 (los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna) ha promovido la no discriminación, la igualdad y la solidaridad, lo que favorece el advenimiento de una sociedad pacífica y el respeto por los principios universales de la ética fundamental.