Todo comienza con una carta del padre Federspiel, en la que el salesiano cuenta cómo, durante sus viajes, había conocido a este payaso al que recibió en su escuela de París pensando poder ayudarlo. Sin embargo, el pobre payaso pronto demostró que no sabía leer, escribir ni hacer cuentas, porque durante su infancia no pudo ir al colegio y ahora, aunque quisiera aprender tenía miedo de que se rieran de él.
Al leer la carta del Inspector, todos los jóvenes dijeron estar felices de recibirlo y no faltaron las palabras para tranquilizarlo: "cada uno va a su ritmo", "no lo dejaremos solo", "le explicaremos", "no nos burlaremos", "¡estamos todos aquí para aprender!" ...
Así fue como Papi el payaso, acudió a cada clase para que los alumnos pudieran compartir sus conocimientos con él y enseñarle un poco. En una clase aprendió a leer por sílabas, palabras y oraciones, a hacer cálculos, pero no fue demasiado difícil; en otra conoció las multiplicaciones de dos dígitos. Los jóvenes mayores le enseñaron a identificar el sujeto y el verbo, las divisiones e incluso geometría ...
Para los estudiantes, esta fue obviamente una oportunidad para reflexionar sobre la hospitalidad, la aceptación de las diferencias y el respeto por los demás. Cada uno supo, a su nivel, ofrecer lo que sabía y ayudar al pobre payaso a superar sus carencias. Se les informó de las dificultades de aprendizaje y se dieron cuenta de lo afortunados que son al poder aprender y transmitir sus conocimientos. Y para los profesores fue un momento de alivio “en tiempos realmente difíciles”, así como una forma de volver a las raíces de su propia decisión profesional.
Por su parte, el payaso, que es un excelente mago, en cambio les enseñó algunos trucos de magia: “Tú me enseñas lo que puedes hacer y yo te enseño magia” era el pacto.
En el centro de estos encuentros queda el mensaje transmitido por "Papi el payaso": "Somos ricos, no por lo que tenemos, sino por lo que hemos aprendido a compartir".
La experiencia terminó con otra carta, esta vez la del payaso que escribió desde París, agradeciendo a todos por ayudarlo a progresar en tan poco tiempo y con tanta paciencia y cariño.
Grace Boscredon
