El de Don Bosco en 1888 fue un funeral memorable, porque su fama de santidad era universal; pero el de Don Rúa también lo fue, como se ve en las imágenes de la película, más elocuentes que tantas palabras. Hablan por sí mismas los pequeños cuartos de Don Bosco y después de Don Rúa, las varias iglesias de Valdocco, los antiguos pórticos de la época, los patios, la entrada, además obviamente, los rostros de los primeros salesianos: don Filippo Rinaldi con los paramentos sacerdotales, a su lado el secretario del Capítulo Superior (el famoso don Giovani Battista Lemoyne), los consejeros don Albera, don Cerruti, don Piscetta, don Francesia y tantos otros salesianos de la primera ora. Ellos acompañan a su segundo padre en la iglesia de María Auxiliadora para las exequias solemnes, de quien había compartido tanto con Don Bosco y que ahora lo había alcanzado en el Cielo.
A continuación vemos el cortejo fúnebre que transita por las calles adyacentes y retorna a la iglesia: jóvenes con bandas, asociaciones y confraternidades, clero, nobles, notables, autoridades, cinco obispos, los superiores y los exalumnos eclesiásticos y laicos, y una incalculable multitud de personas que forman un ala larga en la calle Regina Margherita.
Si bien las imágenes tiemblan debido a la tecnología de la época, la película es necesariamente todo un movimiento: la carroza de la princesa Letizia de Savoia que deja Valdocco saludada por los salesianos más importantes, los peatones que cruzan vía Regina Margherita para rendir homenaje cuando pasa el catafalco, las carrozas a caballo que van y viene, los automóviles y el tranvía.
Una maravillosa instantánea de una tarde de sol en Turín de 1910, que se completa el día después cuando el cajón es depositado en el nicho de la pared derecha de la tumba de Don Bosco en Valsalice, ambos aún a la espera de llegar a los altares.
Si la ciudad de Turín ha reconocido a Don Rúa no solamente como un ilustre ciudadano suyo, pero también como digno sucesor de Don Bosco, capaz de mantener inalterada el prestigio de la obra salesiana, no queda que expresar gran admiración y gratitud a los salesianos de la época por sus amplios horizontes, al haber promovido tales imágenes, que ahora llegaron hasta nosotros. A los albores del cine ellos estuvieron “en la vanguardia del progreso”.