Los primeros días de esta nueva normalidad, los describe como sacados de una “película de terror”, pues en la población había nerviosismo y pánico por los mensajes que circulaban en los medios de comunicación y en redes sociales. Los alimentos y ciertas medicinas comenzaron a escasear y el confinamiento obligatorio agravó la situación de los más pobres.
Frente a esta situación, la labor pastoral del padre Rubinsky se centró en ver cómo ayudar a las familias que atiende la comunidad salesiana, durante las semanas más duras de la pandemia. Una buena parte de ellas sufrió un golpe duro a su economía, pues sus ingresos dependían del comercio informal y no podían salir a las calles a trabajar. “Si no nos mata el coronavirus, a mi familia y mis hijos nos va a matar el hambre”, era lo que se escucha en los noticieros.
A finales de marzo, apreció una luz de esperanza para asistir a los más pobres. A través de una llamada a su celular, le dijeron lo siguiente: “Padre quiero ayudar a su parroquia porque ustedes (los salesianos) hacen una obra maravillosa con las personas”. Fue una emoción grande porque este bienhechor se había comprometido a donar 500 kits de alimentos.
¿Y ahora qué hacemos?, fue la pregunta que se hizo el padre Rubinsky. Llamar a la gente a la parroquia o a la comunidad hubiera generado aglomeraciones y caos. Entonces, a ejemplo de Jesús y Don Bosco, como comunidad tomaron la decisión de salir al encuentro del más necesitado.
Aunque en aquellas semanas el número de contagiados crecía rápidamente y en los alrededores de la comunidad se escuchaba de fallecidos a causa del virus, su convicción de ayudar a las personas pudo más que el miedo a la enfermedad; su ser de sacerdote lo llamaba a compartir su dolor por la muerte de un ser querido y hacerles sentir que la Iglesia y los salesianos estaban con ellos.
“Yo soy de los que me embarco en la camioneta y me voy a dar una mano a la gente. No busco la muerte, no busco infectarme, pero no me gusta quedarme encerrado, no soy un padre que permanece detrás del escritorio”, mencionaba el Padre que le tocó vivir una situación parecida en abril de 2016.
En aquel momento, era párroco en Manta y sintió, en primera persona, la destrucción y muerte que provoca un terremoto. Su actitud fue la misma, salía a conversar con las familias que dormían en las calles y les repartía tickets para recibir alimentos. Esta experiencia fue valiosa para saber cómo canalizar de forma adecuada las donaciones recibidas.
Fue entonces que, junto al padre José Luis García y un grupo de laicos y jóvenes, formó un grupo que estuvo en la primera línea para ayudar y acompañar a cientos de familias. Protegido con guantes, gafas y mascarilla, organizó la entrega de kits de alimentos en los sectores más pobres que atiende la misión salesiana: Nuevo Pilo, Venezuela, Voluntad de Dios, El Bosque, Alcides Pesántez y Rayito de Luz. En 20 días recorrió estos barrios donde repartió, en un primer momento, 500 kits de alimentos y luego 1.000 más que llegaron a la comunidad.
“Llegaba, tocaba la puerta, conversaba con ellos y conocía su situación, antes de entregarles los alimentos. No te imaginas la emoción que ellos tenían, algunos hasta bailaban de la alegría porque ya no tenían nada para comer. Pero no solo les entregaba algo que llevar a la mesa, también les compartía una palabra de aliento para que no pierdan la esperanza de días mejores”, cuenta el padre Rubinsky mientas sus ojos se cristalizan y su voz se entrecorta por las duras realidades que conoció de cerca.
Luego, arribó la ayuda de Misión Don Bosco y salió nuevamente a entregar las tarjetas de $60 para que las familias pudieran adquirir alimentos en los supermercados. Fueron más de 600 tarjetas repartidas y esta ayuda todavía continúa a través de la campaña “Por el pan de cada día”.
En estas largas caminatas conoció situaciones realmente difíciles, como la de un hogar donde sus cuatro integrantes eran discapacitados y no podían movilizarse por sí solos. Entonces, se trasladó hasta un supermercado, hizo la compra y les entregó personalmente las fundas de alimentos con víveres de primera necesidad.
A través de la gestión del padre Rubinsky, también se logró canalizar una donación de 27 mil litros de leche por parte de una empresa de la ciudad. La parroquia salesiana funcionó como centro de acopio y, conjuntamente con Cáritas de la Diócesis, se distribuyó este producto a diferentes iglesias y la entrega posterior a los feligreses.
A pesar de estar en contacto permanente con las personas, no ha contraído el virus. Se ha hecho tres pruebas y todas han salido negativas. ¿A quién agradece esta protección? Pues no duda en decir que ha sido el manto protector de María Auxiliadora, cuya figura colocó en la puerta de entrada a la comunidad para que impida el paso de la Covid-19 y cuide a sus hermanos salesianos que son adultos mayores: el padre Arturo Gallardo y el padre José Luis García.
“A Dios le he pedido que me proteja y a María Auxiliadora que ella me cobije. Desde que era novicio era muy devoto, creo mucho en ella, y le pido que termine esto porque ha traído mucho dolor para la gente”.
Durante este tiempo, también hubo muchos momentos de angustia que le impidieron conciliar el sueño. Fue entonces que comenzó a escribir por las noches y en un cuaderno plasmó la “Historia de una pandemia”. En aquellos escritos plasmó sus emociones, el sentir de los feligreses y le ayudó a canalizar todo el estrés y la preocupación que sentía en el momento.
El padre Rubinsky considera que el principal desafío de los tiempos actuales, es seguir estando con la población, seguir siendo luz a través de la presencia animadora como comunidad salesiana. Considera a estos momentos como etapas que han marcado su vida personal y religiosa, pues le han permitido fortalecer su vocación de servicio y agradecerle a Dios por seguirle regalando el don de la vida y la oportunidad de seguir demostrando su amor por los más necesitados.