Su interés por la vida religiosa y las misiones nació en el oratorio de Milán, su ciudad natal. Allí conoció a un misionero salesiano que llegó de China y fue su maestro de catequesis. Luego de varios meses, cuando el misionero regresó al país asiático lo llamó para que se hiciera cargo de su labor como catequista. Ambrosio aceptó la propuesta y luego tomó la decisión de ingresar al aspirantado.
En la etapa del noviciado, pidió ir como misionero y fue destinado a América Latina. El lugar que lo esperaba era Ecuador, país que conocía muy poco y donde fue transferido el 10 de noviembre de 1950.
Sus estudios de Teología los realizó en Bogotá y, después de cuatro años regresó para su ordenación sacerdotal en Gualaquiza, el 5 de noviembre de 1961.
Bomboiza, comunidad ubicada en la selva y que atiende a la población shuar, era un lugar que padre Ambrosio recordaba con mucho cariño por ser uno de los fundadores. Su labor era ser misionero itinerante, llevar la alegría del Evangelio a las comunidades de la zona y conversar con los jóvenes.
Otra de sus labores destacables fue en Sucúa, donde ayudó a los shuar a obtener sus documento de identidad y así convertirse en ciudadanos. En aquel tiempo, los colonos (personas que no son nativas del lugar) demostraban mucho desprecio por ellos, por estar indocumentados. El padre Ambrosio luchó por reivindicar los derechos de los shuar y los acompañó en todo momento.
En la ciudad de Cuenca pasó buena parte de su vida, fueron 30 años siendo parte de la procura misionera. Este lugar funcionaba como una casa de acogida para los salesianos que salían del oriente para seguir tratamientos médicos, realizar sus estudios o hacer compras de artículos que necesitaban en sus comunidades.
Siempre en Cuenca también tuvo la oportunidad de trabajar con los niños de la calle que se dedicaban a lustrar zapatos y a vender periódicos. Los fines de semana los reunía para organizar partidos de fútbol, les brindaba alimentos, vestimenta y les hablaba del amor de Dios, así como lo hacía Don Bosco con los chicos que llegaban a Turín desde distintos puntos de Italia.
“No me arrepiento de ser salesiano, estoy feliz y contento, contento de haber dado mi vida por la misión y si Dios me permite seguiré trabajando desde la vocación misionera, la cual tuve la suerte de ejercerla toda mi vida”, expresó el padre Ambrosio en una entrevista realizada en el 2016.
Oficina Salesiana de Comunicación - Ecuador