La concelebración fue presidida por el Padre Pierluigi Cameroni, Postulador General de las Causas de los Santos de la Familia Salesiana, junto al Padre Ramón Domínguez Fraile, Postulador General de los Dehonianos, el Padre Antonio Feltracco, párroco de Salvaro, el Padre Massimo Setti, párroco de la obra salesiana "Sacro Cuore" de Bolonia, y el Padre Gabriel Cruz, Animador Espiritual Mundial de la Asociación de María Auxiliadora y colaborador de la Postulación Salesiana. También estuvieron presentes, Guido Pedroni, Custodio General de la Comunidad de la Misión de Don Bosco (CMB), vigésimo octavo grupo de la Familia Salesiana, comunidad que tiene su sede en Bolonia, junto con algunos otros miembros; Caterina Fornasini, sobrina del Beato Giovanni Fornasini; y Pietro Marchioni, sobrino del Siervo de Dios Padre Ubaldo Marchioni.
Con motivo del 80º aniversario de la masacre de Monte Sole, una serie de matanzas cometidas por las tropas nazi-fascistas en Italia entre el 29 de septiembre y el 5 de octubre de 1944, los Presidentes de las Repúblicas de Italia y Alemania, respectivamente el honorable Sergio Mattarella y el honorable Frank-Walter Steinmeier, también visitaron los lugares de las masacres: el domingo 29 de septiembre, en particular, se dirigieron al cercano municipio de Marzabotto para rendir homenaje a las víctimas de lo que fue la masacre de civiles más atroz realizada en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, y desde allí relanzaron un mensaje de reconciliación y paz.
El acto civil fue precedido por una Misa presidida en la iglesia parroquial de Marzabotto por el Arzobispo de Bolonia y Presidente de la Comisión Episcopal Italiana (CEI), el Cardenal Matteo Zuppi, quien en su homilía recordó: “La justicia es más fuerte que la venganza (…). El mal se combate con el amor (…). Traigamos vida donde hay muerte”.
El triduo de pasión del Padre Elia Comini y del Padre Martino Capelli comenzó el viernes 29 de septiembre de 1944. Los nazis causaron el pánico en la zona del Monte Salvaro y la población se refugió en la parroquia en busca de protección. El Padre Comini, arriesgando su vida, escondió a unos setenta hombres en un cuarto adyacente a la sacristía, cubriendo la puerta con un viejo armario. El ardid funcionó. De hecho, los nazis, tras inspeccionar los distintos espacios hasta en tres ocasiones, no se percataron de ello. Mientras tanto, llegó la noticia de que las tropas de las SS habían masacrado en la localidad de Creda a varias decenas de personas, entre las cuales había heridos y moribundos que necesitaban consuelo. El Padre Comini celebró su última Misa temprano en la mañana y luego, junto con el Padre Capelli, tomó el óleo santo y la Eucaristía, y se apresuró con la esperanza de poder socorrer a algún herido. Lo hizo libremente. Todos, de hecho, intentaron disuadirlo: desde el párroco hasta las mujeres presentes. “No vaya, Padre. ¡Es peligroso!”. Trataron de detener al Padre Comini y al Padre Capelli a la fuerza, pero ellos tomaron esta decisión con plena conciencia del peligro de muerte. El Padre Elia dijo: “Recen, recen por mí, porque tengo una misión que cumplir”; “Recen por mí, ¡no me dejen solo!”.
Cerca de Creda di Salvaro, los dos sacerdotes fueron capturados; usados “como bestias de carga”, fueron obligados a transportar municiones y, por la tarde, fueron encerrados en el establo de Pioppe di Salvaro. El sábado 30 de septiembre, el Padre Comini y el Padre Capelli dedicaron todas sus energías a consolar a los numerosos hombres encerrados junto con ellos. El Comisario Prefectural de Vergato, Emilio Veggetti, intentó sin éxito obtener la liberación de los prisioneros. Los dos sacerdotes continuaron rezando y consolando. Por la tarde, se confesaron mutuamente.
Al día siguiente, domingo 1° de octubre de 1944, al caer la noche, la metralla segó implacablemente a las cuarenta y seis víctimas de lo que pasaría a la historia como la “Masacre de Pioppe di Salvaro”: eran los hombres considerados incapaces para el trabajo; entre ellos, los dos sacerdotes, jóvenes y obligados dos días antes a realizar trabajos pesados. Testigos que se encontraban a poca distancia, en línea recta, del lugar de la masacre pudieron escuchar la voz del Padre Comini que dirigía las Letanías y oyeron luego el ruido de los disparos. El Padre Comini, antes de desplomarse herido de muerte, dio la absolución a todos y gritó: “¡Piedad, piedad!”, mientras el Padre Capelli, levantándose desde el fondo de la Botte, trazaba amplios signos de cruz, hasta que cayó de espaldas con los brazos abiertos, en forma de cruz.
No fue posible recuperar ningún cuerpo. Después de veinte días, se abrieron las rejillas y el agua del río Reno arrastró los restos mortales, haciéndolos desaparecer por completo. En la Botte se murió entre bendiciones e invocaciones, entre oraciones, actos de arrepentimiento y de perdón. Aquí, como en otros lugares, se murió como cristianos, con fe, con el corazón vuelto hacia Dios en la esperanza de la vida eterna.