El centro de menores de Hortaleza está colapsado; el Gobierno central no pone un euro para mantener a los Menores inmigrantes no acompañados (Menas) que tiene que acoger la Comunidad de Madrid tras recalar en la capital después de vivir historias insólitas; varios de los municipios escogidos para acogerlos se han negado a ello, también vecinos, padres de alumnos de un instituto donde se pensaba dar acogida a los que llegan... En medio de esta «crisis de los Menas», hay historias que hacen pensar que estos menores también pueden tener un futuro cuando cumplen la mayoría de edad, que pueden demostrar que con esfuerzo y trabajo hay salida. Y esas historias llevan, entre otros, los nombres de Said y Mohamed o «Moha». Ambos son jóvenes de 20 años residentes en la capital que emigraron de sus países de origen en busca de un futuro, una salida que su ciudad natal no les ofrecía.
A los dos les gusta el fútbol, –Said es del Barcelona y Moha del Real Madrid–, celebran la Navidad y van a festejar la Nochevieja. Les gusta España. «Si no estuviera a gusto no estaría aquí. Llevo en Madrid casi cuatro años», dice Moha.
Said es argelino, el segundo de cuatro hermanos, y decidió emprender un viaje hacia lo desconocido cuando aún era menor de edad, pero con un objetivo claro: buscar un futuro. «En mi país hay muchas menos oportunidades que aquí», dice.
Moha tiene a su madre y a dos hermanos en Costa de Marfil y se recorrió miles de kilómetros a pie para poder llegar a Madrid: Mali, Níger y Argelia para después pasar una temporada en Nador (Marruecos), muy cerca de la valla de Melilla. «Salí de mi país por un objetivo muy claro y poderoso: poder ayudar a mi familia y conseguir un futuro mejor». Finalmente pagó el pasaje para poder tener hueco en una patera, como Said. Tuvo suerte de no perecer en lo que ya llaman la «fosa común del Estrecho» y desembarcó en la costa de Almería para después dar el salto a la capital madrileña el solo en medio de una gran incertidumbre.
Moha desembarcó en la costa gaditana, en Tarifa, y al llegar a la capital, como su actual compañero, fue a parar al ya famoso Centro de Primera Acogida de Hortaleza. Tras pasar una temporada, ambos fueron a destinos diferentes: Said al centro público Manzanares, y Moha a otro llamado Paideia.
Tras cumplir la mayoría de edad, salieron de los centros de menores y se acogieron al Programa de la Comunidad de ayuda en la autonomía y la emancipación personal de jóvenes ex tutelados, que pretende dar una continuidad a chavales como Said y Moha para que puedan asegurarse un futuro.
Actualmente están inmersos, dentro del Programa de la Comunidad, en un proyecto denominado «casa Garelli» que depende de la Federación Pinardi, asociada a los Salesianos. Viven con otros seis jóvenes en el madrileño barrio de Carabanchel en una casa cedida por la Federación y tutelados por Educadores Sociales.
El objetivo del programa de la Comunidad es «que aprovechen las oportunidades que tengan, que adquieran la formación adecuada y toda la formación posible para vivir de forma autónoma en todos los ámbitos de la vida», dice Gerardo, su educador.
La manera de afrontar las cosas ha cambiado de manera radicar para Moha que, cuando llegó desde Costa de Marfil, modificó sus prioridades y pudo sentarse a estudiar. Logró hacer una Formación Profesional de electricidad y electrónica. Ahora trabaja y compagina el estudio y el trabajo. «Durante las vacaciones busco un empleo, pero cuando comienzan las clases dejo de trabajar para emplearme a fondo en mis estudios».
Para Said la situación ha sido distinta. Después de dos trabajos fallidos en los que «se aprovecharon de su situación sin pagarle ni extenderle un permiso de trabajo», se metió de lleno en el Programa PEP (primera experiencia profesional) de Pinardi, aplicado al área de la hostelería. En enero empezará a trabajar de prácticas en un hotel de la cadena Meliá, con posibilidad de quedarse.
Y es que, a miles de kilómetros de lo que un día fue su hogar, han encontrado en España una salida, una oportunidad para seguir adelante y cumplir sus sueños en una aventura no exenta de dificultades.
Pedir cita con el médico, las necesidades básicas de la casa, o cualquier trámite burocrático relacionado con la administración cuentan con la ayuda de los educadores, que están disponibles a todas horas, «aunque sea la 1 de la madrugada», dicen.
Said y Mohamed se han adaptado rápidamente a un mundo que dista mucho del suyo. Todo ello con la presión del día a día, la dificultad de encontrar un trabajo y con la necesidad de formarse. Y sabiendo que cuando cumplan 21, el año que viene, tendrán que emanciparse y valerse por sí mismos.
Sobre las oportunidades que ofrece Madrid, Moha destaca que «no hay pocas ni hay suficientes, hay que saber aprovecharlas». Por desgracia, no todos los chicos que empiezan el programa siguen adelante. Gerardo subraya que desde que Said y Mohamed entraron al piso, han tenido 11 compañeros distintos, algunos de los cuales hoy se mantienen en él. De esos 11, dos no pudieron con el programa y lo dejaron. Gerardo, su educador, destaca que «la mayoría que los chicos que hacen el camino que han hecho ellos no se quedan atrás. Son chicos luchadores».
Sobre el futuro, Said lo tiene claro «quiero llegar a ser cocinero profesional y montar empresas en mi país. Me gustaría volver con mi familia». Añade que lo que quiere, de momento, es quedarse una temporada y «currárselo».
Moha también tiene la mentalidad empresaria de su compañero. Entre risas dice que «volvería a mi país para hacer negocios y montar empresas».
Recordando tiempos pasados, Moha se emociona al retomar su relato de cuando estuvo en Nador, y de todo lo que ha conseguido hasta ahora.
«Cerca de la valla de Melilla, en los bosques, hay casi 15.000 personas y jóvenes que aguardan la oportunidad de dar el salto para tener una vida mejor». Sin embargo, no todos consiguieron su objetivo y algunos pierden la vida tras una durísima travesía que puede llevar años. «Los que llegan aquí siempre tienen suerte. Yo soy uno de ellos», dice con una amplia sonrisa.