Josephine tiene 26 años y llegó a Palabek hace casi año y medio. Huyó de la guerra cuando su aldea, cerca de la frontera, fue asaltada y los disparos indiscriminados hicieron temer por su vida y, especialmente, la de sus tres hijos, de 8, 6 y 3 años, respectivamente. Palabek es el único asentamiento de refugiados abierto ahora mismo en Uganda.
La historia se repite en la mayoría de los refugiados que llegan. Han huido de noche para no ser descubiertos, caminan varios días sin comida ni agua… hasta llegar a la frontera. Son médicos, profesores, policías, abogados, ingenieros… pero dentro del campo solo son refugiados y la mayoría son mujeres.
Josephine representa una de las excepciones en Palabek, ya que la mayoría aspira a quedarse en Uganda: “Mi marido es profesor y trabaja en la capital de Sudán del Sur. Estamos en contacto y en cuanto la situación mejore allí quiero reunirme con él”.
Los Salesianos, que son la única organización de las 32 que trabajan en Palabek que vive dentro del asentamiento, conocieron a Josephine en una de las capillas que tienen repartidas por el asentamiento. “Al principio preparaba el porridge para los niños de la escuela infantil (una especie de preparado con avena y agua), y después me contrataron como cocinera”.
La madre y un hermano de Josephine viven con ella en una choza y cuidan de los pequeños cuando no están en la escuela. Como todas las familias que llegan a Palabek, además de su humilde vivienda tienen un pequeño huerto en una extensión de 30 metros cuadrados que complementa el reparto de comida que ofrece el Programa Mundial de Alimentos una vez al mes.
“Los Salesianos nos dan esperanza a través de la educación a nuestros hijos y de la formación que nos ofrece a nosotras. Es una manera de sentirnos útiles cuando pensamos en el futuro, en la paz de nuestro país y en poder regresar a nuestra casa”, finaliza Josephine.